Ya, en cierto modo, me conocen. Mi nene, el Santi, sin autorización,(atrevido como siempre,) publicó el relato de mis recuerdos. Como se habràn dado cuenta, no nací ayer. Con mi amigo del alma, Häberli, que se me fue hace poco, decíamos que con Benedetti e Idea Vilariño, somos de la sub 20. Por el año en que nacimos. Los espero.Tata

sábado, 18 de octubre de 2008

SEGUNDA ENTREGA


Quedamos, en la entrega anterior, (no olvidar que este es un relato por entregas) en que de nuevo estaba en el pueblo. Pero papá había muerto estando yo en el seminario. La China y Lola estaban en Montevideo. Quedábamos Adela y yo solos en el pueblo. Así que marchamos a la capital. Viaje inolvidable. Salimos el 11 de diciembre del 1932 a las 12 y llegamos a Montevideo el día siguiente, el 12, a las 13. Viaje inolvidable. Al cruzar los puentes, arroyos como cintas bajo la luna, estaciones con gente despidiéndose y en el río Negro, bajo el puente donde nos detuvimos para que la locomotora cargara agua, una tortuga que llevada lentamente por la corriente. La recuerdo nítidamente. La máquina en las curvas resoplando y escupiendo humo y vapor, y al amanecer, la bruma que envolvía como gasas los árboles a la orilla de los arroyos.


Al llegar a la Estación Central, en Montevideo, nos esperaba mi cuñado al que le habían prestado un auto. Marchamos por 18 de julio, después por Avenida Italia y bordeamos el estadio construido dos años antes y dónde se ganó el primer mundial de fútbol de la historia. El mismo estadio donde después vi jugar a los para mí semidioses, Scarone, Petrone, Cea, Urdinarán, el manco Castro, Lorenzo Fernández, etc. todos campeones mundiales. Todos ellos, como lo dicen sus apellidos, auténticos representantes de la garra charrúa. Era un placer verlos jugar. Salían por supuesto a ganar siempre, pero a divertirse y deleitarnos. Ya sé, aquellos equipos no les ganarían a los de ahora; no tenían el entrenamiento profesional, no había táctica ni estrategia 4 2 4 - 4 3 3 etc. y si aparece un habilidoso, traumatología con el. Lo cuento y no me creen. En el nacional del quinquenio, (todos de pie) del 41 al 45, Ciocca, al que no lo paraban ni con un lazo, jugaba sin canilleras y de medias caídas. No sé si en todo ese tiempo estuvo con un par de lesiones menores. Te imaginás ahora. Sería habitué del CTI.




Paisajes y vivencias nuevas, experiencia distintas, pero pesar de todo, seguían siempre vivos el riacho, la pampita (la vaquita familiar), y los compinches de las tenidas de trompo, cometas, bolita, y, como dice el Sabalero, corridas de panaderos. No panaderos de oficio, sino las semillas voladoras de los cardos a las que llamábamos así, y no eran fáciles de alcanzar.

Una aclaración. Los acontecimientos para mí relevantes ni sueñen que aparecerán en orden cronológico. El orden de mis relatos es siempre caótico. Los acontecimientos siempre fueron “en aquellos tiempos".

Durante años soñé volver al pueblo. Cuando me atacaban las saudades, tomaba cualquier tranvía, cerraba los ojos, y el traqueteo de la ruedas era de nuevo el del ferrocarril que me acercaba a mis pagos. Y, aunque no lo crean, con la excusa de conseguir el abono más barato, invité a Pascual, un amigo, a inscribirnos en una escuela nocturna. Sé que es tonto; pero de esa manera quería rememorar mi niñez. Por supuesto, como dice el tango, que desencanto tan hondo.





La suerte quiso, (siempre la suerte me acompañó) que a poco de llegar a la ciudad fuera a vivir al mismo barrio donde lo hacía el que después fue mi maestro. Él era el flautista solista de la Ossodre. Si me hubieran dicho que 20 años después yo iba a ocupar su lugar, me hubiera reído. Él vivía frente a lo que hoy es Avenida Centenario, en ese entonces "el campito de Pérez" donde jugábamos al fútbol hasta la noche. Ahí me hice amigo de su hijo menor; y con Pascual, un componente de la barra, iniciamos una amistad que hasta hoy se mantiene. Somos bastante distintos en muchos aspectos, sin embargo, tenemos en común que nos puteamos y nos decimos lo que creemos nuestras verdades y nunca, (van 75 años que multiplicados por dos dan 150) hemos dejado de tomar una juntos en nuestros respectivos cumpleaños.

Cambiemos de tema. Ahora hablan de crisis. Crisis eran las de antes, la del 29, que aquí llegó a partir del 30, fue terrible. Con esa excusa, el presidente Terra, colorado él, dio el golpe de estado del 33. Suicidio de Brum, muerte de Grauert, y don Emilio Frugoni, rector de la universidad, atrincherado con los estudiantes resistiendo la dictadura. Por supuesto, lo sacaron de los fundillos. Pero dio el ejemplo y como las papas quemaban, a fines del 34 con mis 14 recién cumplidos, a trabajar de mozo en un boliche refugio de prostitutas y proxenetas (bah, cafishios de puta pobres les decían) situado en el barrio del Puerto Rico. El nombre lo tomó de un bailongo de hacha y tiza que funcionaba en un galpón con piso de tierra al que antes de empezar el baile regaban para aplacar la polvareda y donde a los milicos de la Guardia Republicana, (ahora coraceros) les hacían sacar las espuelas para entrar. Ahí inicié mis estudios secundarios. Los continué en una fábrica de bisagras, la herrería del que más tarde fue mi cuñado, y con un señor que construía casas como las de Jacinto Vera, casas de lata por fuera y por adentro madera.


Los estudios "universitarios" llegaron a los 17.

Pero antes, a los 15, llegó a mis manos no recuerdo cómo, aquello de Juana:


Descanso

Delicia, delicia de la casa en sombra
de la casa fresca bajo la canícula
de la mecedora y el libro en la verde
penumbra del patio techado de parras
donde runrunean avispas glotonas
y toda la siesta canta una chicharra.

Y luego, ¡delicia del sueño que afloja
la loca y eterna tensión de mis nervios!

Y pensé que no debajo de un parral, sino panza arriba en una enorme piedra de molino que había en casa, yo también disfrutaba de la sombra de un duraznero rosado en primavera y verde en el verano, también con un libro y en primavera, todo un enjambre de abejas y en verano escuchando no una, sino cien chicharras.


Entonces le pedí a un amigo que tenía un libro con sus poemas que me lo prestara. Cuando vi en la foto de la portada sus ojos y su boca, que para mis 15 años eran boca y ojos de diosa y leí cuando le canta a su río nativo, me enamoré sin remedio y para mi deslumbramiento final, “La hora” y “Amémonos”. Más de 40 años después, fui testigo y participé en su despedida definitiva, en el mismo Salón de los Pasos Perdidos donde hace 50 años la proclamaron Juana de América Fue despedida por su pueblo como ella lo quería. Recuerdo que Miguel Patrón que dirigió la orquesta con la que la despedimos, me dijo: “¿Viste Santiago, qué linda está?”. Y realmente se la veía plácida y en paz.
Para la gente actual es difícil imaginarse las que habrá pasado en el Melo de hace casi cien años una gurisa de menos de 20 capaz de escribir: “tómame ahora” y “amémonos”. ¿Se dan cuenta del espanto de las beatas y las señoras de Pro del pueblo? piénsese que María Eugenia Vaz Ferreira, cuando Juana le envió su libro, se lo devolvió por inmoral. Qué lo parió.

Y llegaron los 17 y como dije, mi ingreso a la "universidad".


Mi aprendizaje empezó empujando un carrito de mano lleno de casilleros de leche. Eran de hierro; el plástico no existía y las botellas por supuesto eran de vidrio. En la calle Paysandú había unos departamentos donde no había ascensor. Tenía que subir tres pisos con un casillero que pesaba sus 15 o 16 quilos. Realmente me enriquecí con experiencias que fueron también enseñanzas. Sirvientitas, (todavía no se les llamaba empleadas), algunas encantadoras y otras no. No sean mal pensados. Digo como seres humanos. Y muchos de sus patrones, que también eran muy buena gente. Era el año 37 y aunque no lo crean, muchos de esos señores, que económicamente estaban muy bien, no tenían auto. Todavía no era un artículo de primera necesidad. Y andando en la calle, aprendí un montón de cosas.

Como la Kasdorf, donde trabajaba estaba en Uruguay casi Paraguay, y en Paraguay antes de llegar a Uruguay estaba la Casa del Pueblo, me paraba a leer los editoriales de “El Sol”, diario del Partido Socialista, escritos por Don Emilio, siempre fui, hasta cierto tiempo muy ingenuo. Pascual dice que muy nabo. Cuando leí aquellos manifiestos, rebosantes de justicia, solidaridad y todos los elementos necesarios para redimir a la especie, me dije: lo que sucede es que la gente en su mayoría no sabe lo que es el socialismo. Hay que colaborar para que lo sepan, cuando eso suceda, el mundo va a ser una maravilla. Como ven, Pascual tenía razón. Y me integré a la Juventud Socialista. Fue una experiencia preciosa. Salíamos de pegatina; (eran las primeras elecciones ya terminada la dictadura) hacíamos el engrudo con agua, harina y soda cáustica, y a cumplir con nuestro apostolado propagandístico. Y volvíamos de madrugada felices por la labor cumplida. Casi nada; ayudar a salvar al mundo y en la Casa del Pueblo nos esperaban con panchos calentitos.




CONTINUARÁ