Ya, en cierto modo, me conocen. Mi nene, el Santi, sin autorización,(atrevido como siempre,) publicó el relato de mis recuerdos. Como se habràn dado cuenta, no nací ayer. Con mi amigo del alma, Häberli, que se me fue hace poco, decíamos que con Benedetti e Idea Vilariño, somos de la sub 20. Por el año en que nacimos. Los espero.Tata

sábado, 1 de agosto de 2009

currículum académico-episodio 4


Inicio este cuarto episodio con una buena noticia.


Para mí, quiero decir. Nos visitó sin previo aviso y se quedará dos semanas con nosotros, el Risueño Fantasma. De manera que estamos todos felices.


Y, volviendo al tema de mi formación académica, les contaré por que el optar por la música no fué casualidad. No soy creyente; pero pienso que hay un misterio en la secuencia de hechos que para bien, o en algunos casos para mal, te llevan a ser lo que finalmente sos. Y creo también que algunos nacen con estrella. Y yo fui uno de ellos.

En la presentación del blog dije que siempre fui felíz.

Y los hechos ayudaron a que así fuera.

En la época de mi niñez, la década de los 20, en el interior, (no sé si en la capital también,) los hijos trataban a los padres de "usted"; y al dirijirse a ellos, muchos decían "sí señor o no señor." Eso jamás pasó en casa. En una oportunidad, yo tendría seis o siete años, se ve que hice algo por lo que el viejo me rezongó. Y le contesté; "¡desgraciado!". A cualquier gurí lo hubieran sacado de un sopapo por la ventana. Papá solo me dijo; "tenés razón". El era ciego. Cada vez que recuerdo ese momento, se me aprieta el corazón.



Él cantaba, tocaba la flauta, el clarinete, y la guitarra. Era el que cantaba las misas, y en las fiestas escolares les enseñaba canciones a los gurises y los acompañaba. Y en las fiestas de fin de curso, por supuesto el Himno y la marcha "Mi Bandera". Eso se repetía, luego de hacerlo en el pueblo, en dos escuelitas rurales, Franquía y Coronado. El que cantaba el solo ¿adivinen quién? En esos momentos el ego no me cabía en el cuerpo.

Papá tenía además su orquesta propia. Dos o tres guitarras, él con la flauta o el clarinete y a veces también se sumaba un acordeonista. Muchas veces lo llamaban desde la barra del Cuareim, en Brasil, o de Monte Caseros del lado argentino. Entonces atravesábamos el río, a veces en botes a vela y otras en lancha. Siempre me llevaba con él.


Al regreso, en las madrugadas de verano, al cruzar el río padre, cuando había luna y el silencio rumoroso del agua -que todavía consevaba la tibieza de la tarde- todo lo envolvía, sin que papá se enterara, (no me hubiera dejado hacerlo) me sentaba junto a la borda y hundía mi mano en esa tibieza. Y, parafraseando a los Olimas, al recordar, siento clarito al Uruguay que pasa.

Papá me enseñó a hacer flautas perforando cañas con un alambre calentado al rojo.

Y otra vez la suerte.

Yo había encontrado unas esferas de plomo; y el herrero del pueblo, al que yo siempre iba a ver fabricar las herraduras, (me fascinaba ver transformarse mediante el martillo el hierro al rojo sobre el yunque) me ofreció cambiar esas esferas -según él para sus aparejos de pesca- por una ocarina. Por supuesto que el sabía de mi fabricación de flautas de caña. Debía ser la única ocarina del pueblo. Y fue a parar a mis manos. Siempre recuerdo a ese herrero con agradecimiento.

Me pasaba el día haciendo sonar esa maravilla, cuando, (otra vez la suerte) se produjo el milagro. Me salió por pura casualidad, "sol la sol fa mí". ¡pah!, "¡Española españolita!". Era un pasodoble de moda. De ahí en más en la manzana me dirían el gusano. No paré hasta encontrar los intervalos de la melodía y cuando lo logré, me los aprendí de memoria y le hice escuchar el pasodoble al viejo. Él seguramente pensó que el Amadeus era un poroto a lado de su nene. Y me regaló una flauta que ya no usaba. Era del sistema antiguo, de seis agujeros y cinco llaves. Pero era de verdad. De ahí en más no quedó pieza conocida que no asesinara.

Hasta que un 18 de Julio, creo de 1930, bien tempranito me asomé a la ventana e inflamado de fervor patriótico toqué el himno para todo el pueblo. Luego hubo un paréntesis obligado de año y medio. Marché al Seminario y la flauta quedó en casa.


El seminario. (soy el de camisa blanca)


Pero la vida monástica no se hizo para mí. Así que si bien cuando inicialmente pedí para irme no me dejaban abandonarlos pues necesitabn ministros para el Señor, cuando cambié mi comportamiento se dieron cuenta no era digno de tan sagrado cargo.

Y otra vez en mi pueblo querido; pero por poco tiempo.

Papá había muerto y Adela, la hermana mayor decidió que era hora de reunirnos con las dos restantes en Montevideo. Y allá fuimos.

Salimos de Bella Unión el 12 de diciembre de 1932, al medio día, y llegamos a Montevideo el 13 a las 15. Veinticinco horas. Fuimos a vivir con una hermana y su marido.

Y otra vez la suerte.

Como la crisis estaba en su apogeo, tuvimos que mudarnos a una casa más barata. Y en ese barrio vivía el primer flautista de la Ossodre, la orquesta oficial hacía dos años formada. Y lo que es hoy Av. Centenario, en ese entonces era un campito. Y, ahí jugábamos al fútbol. Uno de los que lo hacía era el hijo menor del que después fue mi maestro. Ahí conocí a Pascual hace 75 años. Y todavía nos aguantamos.



Pascualito

Él frecuentaba la casa de don Quico; así lo llamaban al que fué mi maestro. Y entonces le habló sobre mis deseos de estudiar. Su respuesta fue: "ese debe ser un atorrante como ustedes".


Y otra vez la suerte o el destino.

Lo que en otras circunstancias hubiera sido un drama, resultó ser una alegría. Yo trabajaba en la Kásdorf de repartidor. Pero surgió la Conaprole, la clientela mermó, y sobrábamos empleados. Don Quico justo en ese momento terminaba de comprar un casita de descanso y necesitaba quien se la cuidara. Y allá fui, recomendado por Pascual y Javier, su hijo. Y, por supuesto me llevé mi flauta. Entonces don Quico me escuchó, me regaló métodos, la flauta que fue de Gerardo Grasso, autor del Pericón Nacional, y me enseñó gratis. Que les parece. Tiene un monumento de admiración y gratitud en mi corazón.

Francisco Russo, "Don Quico"

A los seis meses, por medio de algún conocido, como hacía falta una flauta en la banda de la Escuela Militar, me recomendó y allá fui, a servir artísticamente la Patria. Y ahí conocí a Sparano, el oboísta que fue después compañero querido en la Banda Municipal, la Ossodre y en nuestro quinteto inolvidable. Estando en la banda de la Escuela Militar conocí lo que eran las maniobras. Para nosotros un picnic corrido. Tocábamos diana de madrugada, luego expropiábamos leña del depósito, y a desayunarnos, jugar a las damas o al truco, y algunos a estudiar.


Cada tanto, como el rio Santa Lucía estaba muy cerca, nos escapábamos a pescar. Por supuesto que eso estaba prohibido. Los músicos figurábamos como civiles; estábamos sujetos a la disciplina militar solo en horas de servicio. Llegábamos vestidos de civil, nos poníamos el verde que te quiero verde mientras realizábamos nuestra labor de criminales de la música, (no se hacen idea de los crímenes de lesa afinación).

Y estuve arrestado una semana con Ovidio Alvarez, trombonista.

Él era de la barra del fútbol del barrio y estaba hacía más tiempo que yo en la Banda. Los Jueves tocábamos diana muy temprano. Yo vivía a pocas cuadras de su casa, y para despertarlo le tiraba una piedra al techo de zinc. Un Jueves me dormí, y, por supuesto, él también. Pero los Jueves también tocábamos retreta en la vereda de la escuela. Los dos teníamos novia. Si ibamos de tarde ya no salíamos. Entonces le dije a Ovidio; vamos mañana preparados. Al día siguiente llevamos platos y una muda de ropa. Una semana de arresto. Dormíamos en el dormitorio colectivo debajo de las gradas de la cancha de fútbol. Por la mañana había que desarmar las camas. Eran los ponchos y una especie de frazadas, por supuesto verdes. Cuando los milicos ya tenían todo ordenado, nosotros estábamos en veremos. Entonces Ovidio se inspiró y recitó aquello de: "cuarenta balcones y ninguna flor; ¿hay en esa casa alguna niña novia, hay algún poeta lleeeno de ilusión?" etc. Entonces recurrí a mi amor, Juana de América: "Caronte; yo seré un´escándalo en tu barca". Pero miré la sonrisita de los milicos y le dije a Ovidio; vamos a cortar porque nuestra virtud corre peligro.

Esto ya lo puse en mis recuerdos pero va por si alguien no los leyó.

Estuve ahí hasta que en la Banda municipal se llamó a concurso para llenar un cargo de segunda flauta.

Y otra vez la fortuna.

Si el llamado hubiera sido un año antes, no lo hubiera ganado. Yo hacía tres años que estudiaba; y mi competidor, que era mi compañero y amigo en la banda militar, hacía seis. Fué feo, pero él lo aceptó muy bien. Muchos años después, fue por un tiempo mi segundo flauta en la Ossodre. Y al entrar en la Banda Municipal, culminados mis estudios universitarios, solo me quedaba ingresar al posgrado.


Eso, irá en el próximo episodio.

viernes, 3 de julio de 2009

Currículum académico - episodio 3

Habíamos quedado en el episodio anterior de mi formación académica, que ahora hablaría de mi ingreso a preparatorios.
Eso sucedió gracias a un amigo de la familia que me consiguió un trabajo en la Kasdorf, una empresa alemana de productos lácteos. Fue la primera en el país en fabricar el yogur. Por eso acá, por muchos años al yogur se lo conocía por yoka. Yogur Kasdorf. Me pagaban $ 35 por mes. Era un sueldo excelente. El reparto lo hacía en un triciclo que en los repechos, (Montevideo se caracteriza por ellos) me dejaban de cama. Más tarde, cuando aumentó la clientela, el reparto se hacía empujando un carrito de mano. El territorio que comprendía mi reparto estaba limitado por Andes hasta Ejido y Colonia hasta Paysandú. Y, como buen representante de la quinta edad pienso en la diferencia con estos tiempos. Me dejaban en la puerta, afuera, claro, la botella y los 12 centésimos del valor del litro. Y, cuando eran departamentos, a veces de más de un piso, dejaba el triciclo o el carro con las botellas a la vista. No pensaba que pudieran robarlas. Y nunca me faltó nada. A pesar que a veces tardaba en regresar por que se entablaban discusiones sobre temas filosóficos con las empleaditas que salían a recibir los productos lácteos.

Pero a pesar de los 17, todavía estaban vivos en el alma los recuerdos de la infancia. No hay que olvidar que en ese tiempo éramos más ingenuos o más tontos. Ergo, todavía soñadores.

Entonces invité a Pascual, (con el argumento de conseguir el abono tranviario más barato) a inscribirnos en la escuela nocturna, primaria claro, que quedaba en la vieja calle Larrañaga. Quería, aunque suene ridículo, revivir tiempos idos. Eso, por supuesto duró muy poco. Ni nosotros ni el entorno eran los mismos. Pero, aunque les parezca mentira, a veces, cuando tomaba un tranvía, cerraba los ojos y el rítmico traqueteo de su rodar se transformaba en el del ferrocarril que de nuevo me llevaba al pueblo.

Claro; también vivía la realidad.


De modo que empecé mi aprendizaje artístico.

Como me gustaba la danza y a Pascual también, nos hicimos socios de un seudo club; la Casa d'Italia. Lo de club era para que los menores de 18 pudieran entrar. Figuraba como club pero era un bailongo al que iban las gurisas pioneras de la libertad.

No iban con las mamás. Y nosotros locos de la vida.
Y si bien luego no perseveré, transitoriamente cursé preparatorios de medicina. Mi compañera de baile me dio una serie de clases invalorables. No solo de medicina. También de relaciones humanas. En lo que sigue verán porque digo esto.
En aquel tiempo el único cine que veíamos era el norteamericano. y, o eran tarados, o había una terrible censura impuesta por alguna sociedad de damas virtuosas. Todas las películas terminaban con un beso apasionado del galán de turno; podía ser Rodolfo Valentino, Ramón Novarro o alguno menos sexy. Pero tanto los besos finales como los que se repartían durante la película, eran a rigurosa boca cerrada. Así que nuestro primer beso de mi parte fue respetando los cánones establecidos; pero resulta que mi profe no los respetó y me dio la primera lección práctica. Cuando me presenté a la segunda, quedó encantada de mis progresos, pero me aconsejó no extralimitarme. Me había tomado la cosa tan en serio que estuve a un tris de extirparle las amígdalas.
Por otra parte también me apasionaba la anatomía, por lo que le pedí me la enseñara. Pero había un problema; y es que las clases las dábamos en el zaguán de su casa; y, al no haber luz, tuve que aprenderla al tacto. Aparentemente no hubo ningún inconveniente; según ella, mis aptitudes y mis progresos en la materia le causaban un enorme placer.
Cumplido entonces el ciclo de bachiller, llegó la hora de mi ingreso a la Universidad.
Entonces puesto en la disyuntiva de optar por la medicina o la música, lo hice por esta última.

Esto, claro, es capítulo aparte. Irá, si les interesa, en el próximo episodio

lunes, 1 de junio de 2009

CURRICULUM ACADÉMICO. Episodio 2


Como habrán podido observar, en mi primer año de "secundaria" adquirí una cantidad invalorable de conocimientos. Pero no gramaticales, sino de vida.
Y al pasar de curso, el aula que me tocó en suerte fue un taller de herrería del que era dueño el novio de mi hermana. Como aprendiz tenía que llegar al taller a las 6:45, para barrer el local, prender la fragua y tener listas las herramientas. A las 7 empezaba la rutina; alcanzar esas herramientas a los oficiales, ayudarlos en sus tareas y realizar trabajos fáciles. Lo que me fue de enorme utilidad para cuando hice primero nuestra casa y luego la de Santiago. Ganaba 5 reales por día. En el café mi sueldo era de 6 pesos mensuales. Acá cobraba $ 5.50 por quincena; casi el doble.


Pero un día un amigo me recomendó a unos fabricantes de bisagras, cerraduras y afines, donde pagaban 0.75. Jornales eran los de antes. Sucede que el puchero de pecho valía 0.12 y todo lo demás en relación. Con 0.50 diarios comía una familia El problema es que a la herrería iba a pie, y aquí el transporte, que siempre fue caro, me salía 0.20 por día. No valía la pena.

Pero ahí mi ingenio resolvió el problema.


En ese entonces, si los “canillitas”(*) llevaban un diario debajo el brazo, (era su tarjeta de presentación) no pagaban boleto.


Bueno; ahí recibí la lección práctica de como aprovechar las situaciones favorables. Conseguí un diario, me lo coloqué al mejor estilo canilla, y, aunque había que cambiar de ómnibus cada cuatro o cinco cuadras, (el guarda, 99% galaico él, te decía: “¡vamos, que ya van 6 cuadras; bájate, coño!”) igual valía la pena.


De modo que me ahorraba 1.10 por semana. Claro que a mi hermana no le decía nada. La quincena la daba íntegra en casa. Era lo correcto; así aprendíamos a no vivir a expensas de otros, y a sentirnos en paz con nosotros.
Y, cada fin de semana, mi hermana me daba 0.50; los que sumados a los 1.10 no muy santamente adquiridos, daba 1.60. Lo que significaba: entrada al cine Sábado y Domingo. La entrada costaba 10 guitas matinée, y 15 con vermouth añadida.


Quiere decir que con Pascual, teníamos para el cine, cigarrillos Rodelú, (mentolados) y una masa de 10 centésimos para cada uno. Cuando alguno tenía dinero, y el otro no, era de los dos. Pascual trabajaba en el salón que tenía el padre en la Bolsa de Comercio. (ahora de valores) Lustraba zapatos y vendía números de lotería en la calle. El llegó a ser después corredor de esa Bolsa y pudo así amasar una pequeña fortuna. Y, aunque en muchos aspectos somos distintos, hace 76 años que nos decimos lo que pensamos, puteadas incluidas. Nunca nos peleamos; y nunca pasamos un cumpleaños sin juntarnos a tomar una. Lo de una es un decir. Saquen la cuenta; 76x2. Son algunas. Con él en ese tiempo nos vimos el estreno de todas las películas del Mago. Más de una vez, claro. Y no siempre, pero muchas veces, después de las creaciones, (lo eran doblemente; la música era suya, y las interpretaciones eran también una creación) especialmente “Cuesta abajo” o “Sus ojos se cerraron”, era tal la zapateo que el operador tenía que parar la proyección, rebobinar y hacer un bis.







Y de nuevo afloró mi ingenio un si es no es fraudulento. Como excusa no muy válida hay que tener en cuenta que tenía 14 o15 años. Era inimputable. En ese tiempo, los cines de barrio se daban el lujo de tener cuatro acomodadores. Terminada la matinée, ellos pasaban controlando las entradas. Pero como la fila central era la más concurrida, los de las laterales iban más rápido. Y le dije a Pascual: si nos sentamos en la orilla de la central en las fila 8 o 9, cuando pasan los de las laterales nos corremos y vemos la vermouth de arriba. Así nos vimos “Caballero sin espada”,




“Horizontes perdidos”,



“Los tres mosqueteros” y un montón más. Hasta que un día una voz inamistosa nos dijo: ¡¡¡entraaadas!!!. Y nosotros con cara de inocentes, ¡pero si ya las dimos.! -Vamo afuera, vivos. Como dijo don Antonio, todo pasa y no siempre todo queda. Y llegó el momento de ingresar a lo que en aquel tiempo era "preparatorio" para luego hacerlo a la "Universidad".
Pero, como decían en las películas en episodios, cuando el bandido raptaba a la muchacha y el héroe salía en su persecución, "lo verá en el próximo episodio"

sábado, 23 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO DE LOS MOHICANOS

Los que leyeron mi presentación, habrán visto que de los compañeros de la sub 20, Carloncho, Carlos Häberli, el amigo del alma, se fue primero. Le llamo la sub20 a los que nacimos en 1920. Lo siguió Idea, y ahora también Mario. Lo que quiere decir que les está escribiendo el último de los mohicanos.

Galeano dice que a veces, uno quiere escribir y las palabras no vienen. Pienso que en mi caso, el problema es mucho mayor. De manera que no vienen casi nunca. Me alcanza con leer las actualizaciones y comentarios de ustedes, para darme cuenta que hay años luz de distancia entre vuestro dominio del lenguaje y el mío. Y no digo nada de la inventiva.

Yo apenas soy capaz de relatar hechos. Y, para que vean que no exagero, les voy a contar lo que fue mi formación académica.
En la escuelita de mi pueblo fui hasta quinto grado.




A los 10 años, marché al Seminario de Salto donde estuve un año y medio. En el primer curso, mucha historia sagrada, rudimentos de latín, algo de gramática, oraciones y letanías varias, ayudar a misa, etc. Lo bueno es que llegué en vacaciones y además de ir a pescar y bañarnos en el arroyo San Antonio, aprendí a jugar al truco y al mus. Eran jesuitas; un poco más mundanos.

Pero al año siguiente no aguanté más. Pedí para irme,(papá había muerto estando yo en el seminario) pero precisaban Ministros para el Señor y no me dejaron. Entonces me porté mal y me puse pendenciero, hasta que logré mi objetivo.

Vuelto al pueblo, al no estar papá, unos amigos de mi hermana me dieron hospedaje en su establecimiento de campo, donde se sembraban hectáreas de trigo, lino y maíz. Estaba ubicado, para mi disgusto, sobre la orilla del Río Uruguay donde desemboca el Itacumbú. Les llevaba, tempranito, en un petiso tordillo, a través del campo húmedo de rocío, , el desayuno a los tres hermanos, hijos de los colonos. En una lata de aceite de dos litros, café o mate cocido con leche y pan casero.



Y llegó el momento de dejar el pueblo; solo estábamos Adela y yo. Mis otras hermanas, la tía Catalina y todos los primos, vivían en Montevideo. La crisis (en ese tiempo también las había) estaba en su máximo esplendor. Entonces me colocaron en la Escuela al aire libre, en Ocho de Octubre entre Larrañaga y Propios. Ahora son L.A.de Herrera y B. y Ordóñez. Para que no haya resentimientos. Teníamos desayuno, almuerzo y merienda. Me pusieron en 5°, que era el grado más alto. En una oportunidad la maestra preguntó que era la gramática. Levanté la mano; y: la gramática se compone de prosodia, analogía, sintaxis y ortografía. Se quedaron estupefactos; maestra incluida. Mi ego creció no sé cuantos metros. La verdad, yo tampoco la tenía muy clara.




Y al año siguiente con mis 14 primaveras ingresé a “secundaria”, que era un boliche (bar) cuyos habitués, mis condiscípulos, eran proxenetas, putas pobres, y quinteros que llegaban con sus carros a tomarse la cañita mañanera, y a la vuelta, la vespertina. Por la mañana traían sus enormes carros de cuatro ruedas tirados por percherones formidables, y al retorno, llenos de abono vacuno que cargaban en los innumerables tambos del Montevideo de entonces. Me parece verlos, con sus camisas de franela a cuadros. El boliche se llamaba la Picada; estaba enclavado en el Puerto Rico; en ese entonces un barrio de prostíbulos baratos.





Con mis catorce años recién cumplidos, atendía de la noche a la mañana a las y los clientes. La mayoría de las muchachas eran muy buena gente. Me tomaron cariño, y se divertían haciéndome cosquillas en mis partes secretas. Bah, no tanto. Y, como dice Discepolín, ahí aprendí filosofía, dados, timba, (sabía más de caballos que los catedráticos. ) Y no te digo nada de los tangos cantados por el inigualable. En ese entonces la radio de moda era la Fénix; estaba prendida todo el día, y todo el día se escuchaba a Canaro, Gardel, Magaldi, y algún pasodoble. Eso desde las 8 de la mañana hasta la noche.

Me asombro, porque con mi memoria devota del señor alemán, todavía recuerdo íntegras las letras de un sinnúmero de tangos. Claro; los cantaba el mago. Y, aunque les parezca mentira, con mis 14 años, junté las mínimas propinas hasta tener para un boleto y la entrada, me fuí a Maroñas. y me dejaron entrar y jugar. Como decía don Verídico. no tiene goyete. Entré, ¿Se acuerdan? “Preparate p'al Domingo si querés cambiar de yeta; tengo una rumbiada papa que abonará gran sport.” Pobres de ustedes; ¡que se van a acordar de lo que no conocen!

Pero la primera carrera era de debutantes; así que los catedráticos estábamos fritos. Después del paseo preliminar le jugué por la pinta a Avance, un tordillo precioso. Pero le ganó un overo, Oro 18. Por suerte. Aunque no creo que me volviera adicto. No tengo alma de timbero. Como ven, mi formación era inobjetable. Especialmente la gramatical. Tuve otra experiencia, esa sí provechosa. El clandestino que levantaba juego en el boliche, un día me dijo: "botija; faltan diez guitas para completar diez mangos; vos ponés el número y yo la plata. Si sacamo vamo a media." Entonces me acerqué al contador de la luz. Terminaba la cifra en 82. Cualquier tipo normal hubiera elegido ese número. Están arreglados; he aquí mi idea brillante: 8 - 2 =6. 6 y 2, 62. juéguele al 62. Y salió a la cabeza- Quedé famoso. . Y con mi bagage ¿o bagaje? de conocimientos, pasé de grado. Pero eso es capítulo aparte-

viernes, 8 de mayo de 2009

Un FRIKI de los años 20.


Yo sé que el tema de la actualización se dilató demasiado en el tiempo; pero sucede que al tener, por circunstancias actuales, que dedicarme a labores propias de mi sexo, se me hace difícil escribir con asiduidad. Pero la lectura del blog de Andrea donde nos informa de la pérdida de su frikinidad, (no sé si el término es ese; no lo conocía) , y de sus experiencias primeras, (literarias quiero decir) me hizo recordar las mías. Que fueron para mí, un gurí de 7 u 8 años muy especiales. Cuando los chiquilines de mi edad leían cuentos de hadas y duendes, yo le leía a papá, (él era ciego) todas las noches antes de dormir, lo que era un ritual, obras de F. Dostoievsky, A.Dumas, V.Hugo, J. Verne, etc., que le prestaba un señor con plata que tenía una hermosa biblioteca. La única del pueblo.

Ya sé; estarán pensando: “¡Pobre; con razón quedó así!” Pero, por suerte un vecino sin plata, me prestaba una revista; el Titbis, que traía novelas y cuentos por entregas.


No se imaginan la ansiedad de la espera que se repetía cada semana. Eran, la mayoría, relatos de aventuras y hazañas increíbles. Así viví emocionado los actos heroicos de Río Kid, un vaquero del lejano Oeste, bueno, inteligente seguramente rubio de ojos claros, que era una luz para sacar el revólver y reventar a bandidos y, especialmente a indios sucios, malos, ladrones y asesinos capaces de robarse mujeres blancas de los campamentos.


No sabíamos si ellas se resistían o estaban locas de la vida.


Me emocioné también con la hazañas de los filibusteros del mar Caribe. Acá la cosa era distinta. Estos eran valientes ingleses que con patente de corso luchaban heroicamente contra los enemigos de la rubia (¿pérfida?) Albión. No sé quién fue, si Isabel o Victoria, (no estoy seguro, pero dicen que una de las dos nunca perdió la frikinidad,) quien confirió al delincuente W. Raleigh el título de sir.



La única revista infantil que llegaba al pueblo era el Billiken; ahí leí algún cuento de Quiroga y, por supuesto, fábulas de Esopo y la Fontaine.






¿Películas? ¡Ja! En el pleistoceno en el pueblo no había biógrafo. Cuando excepcionalmente pasaban alguna "vista" en el salón de La Fomento, (era el salón de actos de la sociedad de fomento rural) para nosotros los pobres la entrada era prohibitiva.
Eso hasta los 10 años y en el ámbito de mi pueblo. Después, cuando llegué al Seminario con esos añitos recién cumplidos, la cosa en cierto modo cambió. Durante el almuerzo o la cena, la conversación estaba prohibida. El pan o la sal había que pedirlos en secreto. Mientras tanto, por turno, uno de nosotros leía en voz alta un libro. La mayoría de ellos edificantes. Pero, eran jesuitas, también un tanto réprobos. Así que en clase, aunque no lo crean, leíamos citas de Voltaire y otros condenados. Así que le tocó el turno a Don W. Scott con Ivanhoe.

A la hora del recreo éramos todos caballeros andantes. Pero nos asombraba que a un caballero templario, (defensor juramentado de la única religión verdadera) cuando se encontraba con Rebeca, judía ella, mientras Satanás se frotaba las manos, él sentía que le volaba la armadura; (ojo; estoy hablando de su atuendo defensivo) y perdía la compostura sin importarle la salvación de su alma.


Como el Tit-bits de mis tiempos, estos recuerdos serán también por entregas. Pero le digo a Ajo y Agua; ¿Te das cuenta que la caja de Pandora no era más que una cajita inofensiva comparada con el desastre que causó tu confesión?
Mirá las consecuencias; le trajiste a la memoria recuerdos emociones y sueños y le hiciste contar a un representante de la quinta edad cosas que tal vez solo a él le interesan.

sábado, 18 de abril de 2009

Recuerdos del río.



Este Juan Pascualero, el del blog “El cuchillo del herrero” con su casa anfibia, reflotó un montón de vivencias, perdidas en el tiempo pero nunca olvidadas. Todas tienen que ver con el (mi) río y su entorno.
Y aunque para quienes no vivieron esos momentos irrepetibles de la irrepetible infancia suene exagerado, hay cosas que cuando niño, como atravesar el río enorme en noches de verano o pisar descalzo el rocío de la mañana las disfrutábamos pero sin asombro, hoy, recuerdos queridos, hacen que sintamos muy hondo cada momento parecido a aquellos. Por eso en Piriápolis cada amanecer me parecía mágico. Si bien al estar rodeado por cerros faltba la distancia infinita del campo interminable, se nos perdía la vista en lo infinito del mar. Y pienso en los gurises de ciudad que al levantarse solo ven dibujitos o entran a internet. Por supuesto que es fantástico. Ojalá hubiéramos tenido nosotros también esa posibilidad. Pero; ¿que sentirían esos mismos gurises si un amanecer vieran en el espejo de un arroyo quieto subir como una gasa transparente el vapor que se desprende del agua hasta desaparecer en el silencio poblado de pájaros, al que quiebra cada tanto el ¡plop! de una mojarra que al saltar deja en el agua de ese arroyo, como decía don Juan Zorrilla, el dibujo de temblorosos círulos concéntricos. Seguramente sin saberlo, guardarían en lo más hondo el asombro que viviría de nuevo cuando de nuevo fueran testigos del milagro. Por eso traté, siempre que pude, que primero los hijos y luego los nietos, participaran al máximo de esas experiencias.

El Santi si bien no tuvo el río, sí fue dueño de un terreno de 500 metros con arboles para sentirse Tarzán. Pero ya contaré sus otras habilidades. De Liliana tengo una foto a sus tres añitos, mirando ensimismada paradita en la orilla el arroyo Solís, en P. del Plata. Y los tres nietos, si bien ya habían tenido desde su primera infancia las vacaciones felices llenas de sol y de paisajes, la primera madrugada milagrosa la tuvieron en termas del Arapey. Eran unos días increíbles. Una mañana le gané la levantada al sol y fuí testigo del episodio del vapor sobre el Arapey y el salto de la mojarra, círculos incluídos. Esa noche los invité a madrugar el día siguiente. Aceptaron y, pobrecitos, me los saqué de la cama al amanecer. Virginia y Tania, cuando les pregunté la semana pasada si lo recordaban, me contestaron las dos que todavía sienten el perfume del amanecer. Y el Risueño Fantasma, seguramente no lo olvidará nunca.


De las habilidades de mi nene, además de sus hazañas arbóreas, así como del Risueño, ya me ocuparé.

(NOTA: Fotos del río Arapey publicadas por Marcelo en Picassa Web )

domingo, 12 de abril de 2009

pascua

Creo que hoy ha sido unos de los dìas verdaderamente felices de mi larga y feliz vida. Liliana se mandó un chupín de bacalao memorable, vinieron el Santi y Bea, Virginia, Diego y la biznietas. Faltaron Emilio y Male para estar la plana completa. Pasamos una tarde preciosa, se mamaron por unanimidad, (de nada valiò el ejemplo paterno) Si algo bebì fue para que no creyeran que estaba enfermo. Siempre pensé que se debe predicar con el ejemplo. Quien te dice que algùn dìa les cuente algo de mis inquietudes . La quinta edad como el sur, también existe.

martes, 24 de marzo de 2009

Y AL TERCER MES RESUCITÓ


Damas y Caballeros:
Me he agenciado, con la ayuda del Santi, una laptop para mi solito. Y así, de esa manera poder escribir sin dejar sola a la Yaya. Por supuesto, no sólo para comprarla me ayudó, (La compró el; yo dije que sí a todo) y luego me orientó para familiarizarme, (hasta ahí nomás) con este engendro de mandinga. Y, para probar la impresora, me bajó de internet la historia de Piriápolis. En pocos segundos imprimió cuatro páginas completas. Como dijo el gaucho del cuento de Paco Espínola, "mágica eso". Y gracias a la lectura de esas páginas, me enteré de cuánto le debemos a ese loco iluminado que fué Piria. El hizo venir, para asesorar sobre las cepas de viña que encargó a Francia para su bodega al pie del Pan de Azúcar, a don Brenno Benedetti; abuelo de don Mario.
De modo que gracias a eso el Mario nació en el uruguay.
Y, gracias a él, 40 y pico de años después de realizado su sueño de crear una ciudad balnearia, se realizó el mío. Una casita al pie de un cerro inmenso, lleno de árboles envueltos en luz y cantos de pájaros. Y la felicidad de los hijos y los nietos. De eso hablaremos en la próxima entrega. Ahora termino acá porque con este chiche nuevo, teclado distinto y otros etcéteras, ya mis pobrecitas neuronas no dan más. La Flaca dice que ella es cursi. ¡ja! ya va a ver cuando les cuente mis experiencias.

viernes, 2 de enero de 2009

A los compinches.

Yo sé que estoy en deuda. (a lo mejor para suerte de ustedes) Pero algún día volveré.
Pero llegó el 2009, y como a pesar de eso permanezco, quiero hacer llegar a todos los cofrades, los compatriotas y los de allende el río y los mares, un abrazo enorme. No pongo lo que se estila en estas fiestas, felicidad, etc. etc., porque en ese abrazo, además del cariño, van todos los buenos deseos habidos y por haber. Otro abrazo más fuerte