domingo, 16 de diciembre de 2012
LOS PLÀTANOS
viernes, 23 de marzo de 2012
DEL QUEGUAY A LAS CAÑAS
Pero, el hombre propone y la compu dispone.
De manera que espero disculpen la informalidad.
Quiero compartir con ustedes este mi recuerdo agradecido.
Las cabañas son dos; pero estas no son como las de Jacinto Vera.
En cuanto a mí, el problema de los baños me tenía sin cuidado. Los usé antes de acostarme. Y, en la madrugada, salí un momento a observar la magia de la luna mirándose en el río. Y tan emocionado como agradecido, regué, pero no solo con lágrimas, los árboles del monte, húmedos ya de rocío.
Estamos esperando la salida de la luna, porque hoy es luna llena; Liliana filmó la gloria de esa salida y tomó fotos. De nuevo me envolvió el silencio, que nos dejaba escuchar el canto lejano, monótono e incansable de un grillo nochero. Y, envueltos en ese silencio lleno de saudades, la magia del río con su monte, la distancia luminosa, el calor del norte y los recuerdos.
Y al día siguiente, adiós a las cabañas y al Quegüay, y de vuelta al sur, ahora rumbo a Las Cañas, la playa fraybentina, a orillas del río querido.
Espléndida la playa y espléndido el viejo Uruguay. Ahí ya no es, como dice Sampayo, un cielo azul que viaja. Está, enorme y quieto, como un espejo luminoso para que el cielo se mire en él.
Ya sé, estarán pensando: cómo rompe ese tipo con el río.
Yo no tengo la culpa; sí tengo la suerte de haber nacido a tres cuadras de ese río, y haber perdido, (o ganado) horas, viendo pasar, en las crecidas, (no había represa) balsas de troncos con ranchos donde las mujeres, en morteros de madera, descascaraban el maíz para hacer el locro.
Después, llevar a pastar a
La playa, como todas las de nuestras costas, una media luna de arena preciosa; los árboles, como en todas las de agua dulce, llegan casi hasta la costa, haciendo que se transformen, en “playas parques” que son una bendición.
La edificación me sorprendió. Claro; el 80 % debe ser de argentinos. Lo que no entiendo es como se animan a vivir ellos, y, lo que es peor, a arriesgar a sus hijos a adquirir quien sabe que enfermedades siniestras por la contaminación de Botnia.
Aparentemente los ambientalistas de Gualeguaychú ya no son los de ayer.
O no los creen como ayer.
La posada perfecta; vista al río, baño de primera, frigobar, microondas, pileta y sitio para minutas Y, lo más importante, televisor para ver Intrusos, Tinelli, Susana, Gran Hermano y puteríos de los famosos de la farándula. Todo en directo para de esa manera enriquecer nuestro acervo cultural .
Hablando en serio, la belleza del lugar es realmente sorprendente.
Liliana sacó una foto, (desde el jardín del fondo de la posada que cae sobre el río,) de una puesta de sol gloriosa, con la costa argentina dibujándose en el horizonte.
Como corresponde, había que sumergirse en el viejo río. Y, milagro, tanto a Liliana como a mí las mojarritas, (digo milagro porque hay incontables y no sé como sobreviven a la contaminación,) se entretenían mordisqueándonos las piernas.
Llegada a casita y se acabó la aventura. Pero nos queda una preciosa experiencia para enriquecer nuestros recuerdos.
viernes, 20 de enero de 2012
BOCAS DEL ROSARIO
Salimos el Domingo 15, no a la hora señalada, establecida entre las nueve y las diez, sino a las once.(no por mi culpa) Claro; como corresponde a un señor de la quinta edad y de conducta intachable, (en lo que a puntualidad se refiere, seamos honestos) dejé la comodidad de mi lecho a las 8 de la madrugada para hacerme cargo de la preparación del evento. Por supuesto que hay prioridades. Para complacer a Liliana que fue quien me la regaló, llené una preciosa petaca forrada en cuero, con el espíritu un si es no es alcohólico de un equino escocés,(blanco, por supuesto) que espero siga galopando hasta el fin de los tiempos.
Y, como dice el Sabalero, salimos por la ruta uno rumbeando pa’
Al llegar al quilómetro de cuyo número no puedo acordarme, tomamos a la izquierda por un camino de balasto, hasta llegar a la ribera del arroyo Rosario, ahí ya convertido en río, donde nos esperaban el corntorno es realmente maravilloso.
El parador de la costa, atendido por unos veteranos encantadores que creo son sus dueños, en su sencillez te invita a sentirte como en casa. Y, como decía don Manrique, a huirle al mundanal ruido.
Entonces, luego de una visita al Rebelde, salimos a un paseo por el río, a descubrir su unión con el grande como mar
Y, otra vez, aunque no lo crean, volvió el gurí que nunca se va del todo, para traerme el recuerdo de las travesías del Uruguay con papá, en aquellos botes a vela. Y, por supuesto, como lo hacía entonces hacen ya más de 80 años, hundí mi mano en el agua, y, milagro, esta también estaba tibia como aquella.
Fue un paseo espléndido, tal vez más para mí que para los compañeros; ellos son personas normales. No todos llevan a cuestas horas enteras de la infancia esperando, a la orilla del río gigante, el salto de una mojarra o la flecha tornasolada de un martín pescador hundiéndose en el agua para salir con su presa en el pico. Por otra parte, para mí fue más corto porque abandoné el gomón antes del fin del paseo. Mi cintura ya no es la de ayer. No entiendo porqué; al final los años no son tantos. No digo cuantos porque no me acuerdo.
Olvidaba que los anfitriones nos invitaron a almorzar en el parador. Pedí una milanesa y el plato le quedaba chico. A babor y a estribor del pobrecito, varios centímetros de esa milanesa asomaban victoriosos. Además, papas fritas y ensalada con tomates de la casa. Realmente linda comida de verano. (la ensalada).
Dormí una pequeña siesta a bordo del Rebelde. Ya por la noche, nos alejamos de la luz de la posada, no demasiado, pues me invitaron a mirar la maravilla del firmamento. Realmente sobrecogedor. Hace poco estuvimos en el Lunarejo y luego en la quebrada; nada que ver. Tal vez acá la luz sea menor, y por eso el milagro es mayor. Volví a ver en toda su gloria la vía láctea, Sirio, las siete cabritas, las tres Marías y la cruz del sur. Y las estrellas de primera magnitud, que no las veía en todo su esplendor desde mi niñez, cuando con mi hermana Lola nos pasábamos horas panza arriba descubriendo dibujos en el firmamento hasta que desde casa nos llamaban. ¡ les va a hacer mal el sereno!. …Y, como todo termina, el día y el paseo también lo hicieron. Y de vuelta a casa. Felices y agradeciendo a esa gente querida la invitación. . Y, hasta la próxima que esperamos sea en
y por si todo fuese poco esta fue la música que nos acompaño todo el paseo, una verdadera maravilla que les dejo para que disfruten ustedes también
jueves, 12 de enero de 2012
VUELTA AL RUEDO
lunes, 26 de diciembre de 2011
sábado, 19 de noviembre de 2011
En una estación de servicio de Ancap, a la altura de 33, paramos para cargar combustible y, en el minimercado de la estación, comprar algún refresco. De lo otro íbamos provistos. No se concibe ir a un paseo campestre sin practicar equitación. Y para hacerlo, es bueno tener siempre a mano un Caballito. Y si es Blanco, mucho mejor. Pero como de costumbre, genio y figura, olvidé mi sombrero en casa. Como el sol del norte no perdona, decidí comprar uno. Le pregunté a la cajera y me contestó que no tenían. Se ve que ante mi cara de desolación, ( o mi atractivo personal), me dijo: no se aflija; yo le consigo uno. Fue hacia adentro, y se me apareció con una gorra con el logo de Ancap. Cuando le pregunté el precio, --de ninguna manera , me contestó; es un regalo--. Y, dejando de lado las bromas tontas, confieso que me emocionó el ver que, a pesar de todo, todavía quedan seres humanos que valen la pena, y hacen honor a la especie. Después, ya en la cabaña donde nos hospedamos, encontré en la parte interior del gorro, el nombre de Mónica. Era de ella. Cuando volvimos, mientras se cargaba combustible para el regreso, entré al mini, y por suerte no estaba en la caja; le pregunté a la muchacha de turno, y me dijo que volvía en la tarde. De esa manera pude comprar unos bombones y dejárselos como agradecimiento.
Y seguimos andando. Tomamos la ruta que lleva a la quebrada; un camino secundario de balasto, sinuoso y nunca plano; siempre adornado por matas de margaritas que parecen explotar en amarillo.
El borde del camino está siempre pintado de ese color. A medida que avanzamos, ese camino se vuelve más quebrado; repechos y descensos con curvas a veces imprevistas, mientras a la distancia, el paisaje parece hecho para enloquecer a algún pintor de aquellos impresionistas. Contraste de verdes oscuros en los pinares, claros en los eucaliptos, y luminosos en la gramilla cubierta de rocío cuando la pinta el sol de la mañana, ya bastante alto sobre el horizonte. Y, a la distancia, como recostadas en ese horizonte, las cuchillas se desperezan llenas de esas cambiantes luces y sombras mañaneras.
Llegamos a destino, a ocupar el alojamiento, unas cabañas de paredes de madera y techo de totora, acorde con la aventura de revivir tiempos ya idos. Sin luz eléctrica, cada vez que iba al baño, recorría la pared cercana a la puerta en busca de la llave. La presencia del farol a gas, un avance frente al de mecha de mi niñez, hace que, que aunque no vivamos aferrados a los recuerdos, ellos no dejen de acompañarnos.
Y, en el entorno de nuestra cabaña, troncos de árboles, (eucaliptos) centenarios, que fueron cortados a una altura que los hace, con su diámetro de casi un metro, lugar de apoyo del termo para mientras se matea, charlar a gusto y paladar.
Liliana y los amigos arrancaron para la quebrada. Como no soy ya el de ayer, decidí descansar y juntar fuerzas para el día siguiente. Me senté en el patio, y recibí la visita de una pareja de chingolos, (el gorrioncito criollo), que evidentemente, al no ser agredidos, son mansitos. Vinieron a buscar comida; fui a traerla, pero al volver no estaban. Pero sí estaban golondrinas, que se paseaban volando bajito en bandadas azules, armando un escándalo de chirridos nada musicales, pero que les servía, para así, a su manera, cantarle a la vida. Y volvieron los chingolos. Ya con más confianza, aceptaron el pan que les puse, y se los llevaban, se ve que tienen a sus nenes. Estoy seguro que de quedarnos unos días, terminaban comiendo de mi mano.
Esa noche usamos la churrasquera de la cabaña para practicar el ritual del asado criollo, chorizos incluídos. Lo hizo Javier, el esposo de una colega y amiga de Liliana, con los que compartimos la aventura. Después, ver de nuevo el cielo poblarse de las estrellas que solo pueden verse en la soledad y ausencia de luz del campo, y que a los habitantes de la ciudad nos están negadas. Venus rutilando casi en el horizonte, y el cielo inmenso, donde no cabe una estrella más. Lo que no pude ver, fue la vía láctea; no se si no es visible en esta latitud. Y pensás como nuestros antepasados, deslumbrados por ese milagro, no se iban a inventar un Dios, (a nuestra imagen y semejanza, claro) capaz de crear todas esas maravillas. Y los árboles quietos, y el silencio que de pronto se acaba cuando un grillo nochero empieza a cantar y parece que es para toda la noche. Y, ahora sí, al día siguiente a la quebrada. Pero como me levanté cuando doña Aurora se desperezaba y el sol recién aparecía, me encontré con el eterno milagro de la mañana. ¿Recuerdan la canción de los Olimas?. “ no te apures mañanita, que el silencio está quietito, y en la punta de los pastos, está dormido el rocío” Este no estaba dormido. Pocas veces, (diría que nunca) he visto, y menos en primavera, un rocío como este. Me mojé hasta el apellido cuando fui a buscar unas flores del campo que en la noche aparecieron a poca distancia. Y, ahora sí, a la quebrada. Si bien las cabañas no están lejos, como después hay que meter pata, fuimos en el auto hasta el inicio de la pasarela. Liliana que estuvo hace un par de años, quedó encantada; antes había que bajar todo ese tramo a pie por entre pedregales. Es que sabían, los encargados del lugar, que iba a visitarlos un señor que ya cumplió cinco veces 18, y se compadecieron. Quedó preciosa. La pasarela, quiero decir Si bien es verdad que es empinada y el regreso se las trae, primero escalones y luego un repecho que ya te digo, no hay piedras de punta ni tierra suelta. Solo la madera amiga. Y, en lugar de pasamanos, una cuerda solidaria. Termina en una balconada que domina el panorama , donde se unen el arroyo Yerbal con