
En unas de mis últimas entradas recordé la figura de mi padre, les habrá llamado la atención que a mamá prácticamente no la nombré. Es que puede decirse que no la conocí. Ella murió cuando yo todavía no tenía tres años. La imagen de ella que guardo en el recuerdo, es el de una figura de mujer iluminada por el sol, reclinada en una galería de la vieja casa. No recuerdo sus facciones. Tampoco oí nunca su voz. El postrer recuerdo suyo es el del día de su muerte cuando un vecina dijo a mis hermanas: no lloren; ¿no ven que asustan al nene?. Y luego, cuando por la ventana del sur,(a todas las aberturas las conocíamos por su orientación), la ví al estilo italiano vestida de negro extendida en la cama. No recuerdo nada más; ni velatorio ni entierro. Y, aunque parezca mentira, no hay ninguna foto suya. Entonces, por casualidad , la nieta de una hermana de mamá se enteró y me trajo una de su abuela. Dicen que eran parecidísimas. Era la tía Luisa, a la que llamábamos Yiya. A ella sí la conocí. La foto es de 1914; en ese entonces, en los pueblos pequeños no había fotógrafos establecidos. Solo cuando pasaba algún itinerante, fotografiaba a toda la gente del lugar. Las kodaks de cajón aún no habían llegado. Imagínense la emoción cuando vi la foto de la tía, una italiana con unos ojos de maravilla. Mis hermanas decían que mamá y ella eran muy parecidas pero que mamá era más linda. Claro; es de imaginar la objetividad del juicio. Pero que importa; yo sé que no es ella pero se le parece; tampoco importa si es más o menos linda. Yo no lo sé hacer, pero le voy a pedir al Santi que scanee la foto así la conocen. No sé si era lo que se llama un trauma; pero siempre sentí la angustia de no tener una imagen visible de mamá. Así que me fui a Martínez, hice una ampliación de la foto,(quedó preciosa) y la voy a enmarcar para no sentirme por lo menos huérfano también del recuerdo.