...durante mi un poco larga existencia. Pero por lo mismo, todo de una vez no puede ser. De modo que, como dicen las buenas señoras de mi época, Dios mediante veremos en cuánto tiempo lo logramos. Acá va la primera parte
Como el viejo Caronte está ya sentado en la borda del bote con los remos en la mano para conmigo atravesar la Laguna Estigia, me ha dado por hacer un racconto de una cantidad de acontecimientos de los que algunas veces fui sólo testigo y otras también protagonista. No hay que olvidar que nací apenas 16 años después de la muerte de Aparicio Saravia, 2 de terminada la Primera Gran Guerra, y 70 de la muerte de Artigas. 18 menos de los que llevo al hombro. Todavía vivía alguno de sus contemporáneos.
Como el viejo Caronte está ya sentado en la borda del bote con los remos en la mano para conmigo atravesar la Laguna Estigia, me ha dado por hacer un racconto de una cantidad de acontecimientos de los que algunas veces fui sólo testigo y otras también protagonista. No hay que olvidar que nací apenas 16 años después de la muerte de Aparicio Saravia, 2 de terminada la Primera Gran Guerra, y 70 de la muerte de Artigas. 18 menos de los que llevo al hombro. Todavía vivía alguno de sus contemporáneos.
Mi pueblo dormía con sus calles de tierra, alumbradas en las noches sin luna por faroles a mantilla, (no en todas las esquinas) rodeado de chacras que familias italianas habían instalado con ayuda del gobierno de entonces, a imagen y semejanza de las que dejaron, me imagino con que tristeza, en “il suo caro paese”. No recuerdo a los Nonos. Tenía menos de tres años cuando murieron. Pero sí, vagamente, (talvez por no haber visto nada igual) recuerdo la cama altísima con sus colchones de pluma, y una enorme escupidera de loza con su tapa labrada. Al nono le habían prohibido el vino. Entonces, cuando no lo veían, se escapaba a la bodeguita, le sacaba la goma a la máquina de sulfatar, la metía en el espiche del tonel, y se sacaba las ganas. Hasta que lo descubrieron. (prohibidos los lugares comunes, como hijo, nieto o biznieta-biznieto de tigre.)
En las esquinas de los almacenes había palenques para que los clientes ataran sus caballos.
Las lavanderas, casi todas brasileras, (no olvidar que éramos fronterizos, el portuñol era el idioma obligado) pasaban frente a casa rumbo al río con sus enormes atados de ropa en equilibrio sobre su cabeza. En las crecidas periódicas, todavía bajaban por el río la jangadas,(balsas les decíamos) con uno y a veces dos ranchos al lado de los que las mujeres, en morteros que se hacían ahuecando troncos, machacaban el maíz para hacer la mazamorra.
Un día, medio pueblo se había congregado frente a la casa del juez; él era uno de los pocos privilegiados del pueblo que tenía una radio; milagro reciente. Para el pueblo, claro. Y ahí, fuimos testigos lejanos pero asombrados de la llegada a Montevideo del Plus Ultra, aeroplano pilotado por Ramón Franco, hermano de Francisco, asesino de media España. Por primera vez a través del Atlántico, se unía Europa con América del sur.

PLUS ULTRA SOBRE BUENOS AIRES
Y hablando de aeroplanos, (todavía no eran aviones) el primero en llegar significó un acontecimiento al que no quedó nadie del pueblo sin ir a contemplar. Aterrizó en la cancha de fútbol.
No recuerdo la olimpiada del 24; pero sí fui protagonista en la del 28 y el mundial del 30; las dos finales ganadas a los argentinos 2 a 1 y 4 a 2. Fuimos todos en patota con cornetas y tambores a babosear a los vecinos de Monte Caseros, en el lado argentino. El río es ancho, pero se ve muy bien la otra orilla. Por supuesto estaba desierta. No se veía ningún correntino. Parece mentira; pero éramos dos pueblos verdaderamente hermanos. Como decía don Verídico, fóbal es lo que tiene.

La llegada de la electricidad fue memorable. Papá me decía; vas a ver que cuando la instalen, por oscura que sea la noche vas a poder ver un gato a más de una cuadra. El día de la inauguración, todas las casas abrieron puertas y ventanas, y encendieron sus lámparas uniéndolas a las de la calle. Banda de música, cohetes y festejo general, discursos incluidos.
A pesar de todo, en las afueras se podían ver nítidamente las tres Marías, las Siete Cabritas, la Cruz del Sur y la Vía Láctea, que para un gurí soñador era un camino luminoso poblado de misterio. Y, en Noviembre, no sé por qué, centenares de estrellas fugaces. Después, nunca más las vi con esa magnificencia ni en Pirlápolis, cuando salí a buscarlas, campo afuera, ya con más años a cuestas. Por más que me alejara, siempre había polución luminosa. Quien no vio una noche de verano del norte cuando no hay más luz que la de las estrellas, por más que quiera, no puede imaginarse lo que son. Por algo, hace unos miles de años, los griegos llenaron de dioses el Olimpo. Les bastaba mirar el cielo en una noche serena de verano para inventarlos.
Vi llorar a papá cuando murió, según él, el último de los tres José; Artigas, Varela y Batlle, forjadores del paisito. Y a medida que pasan los años, le doy cada vez más la razón. Igual que en Montevideo, la gente, el verdadero pueblo, lloraba a su representante. Lástima que se hizo verdad aquello de que nunca segundas partes fueron buenas. Y lo peor es que hay algunos hijos de puta que aún ensucian su nombre.
Después, en el 31, a Salto, al seminario. Otro mundo, asfalto, ví el progreso, (para mí) era el 31. Un tranvía de caballitos, agua corriente, luz eléctrica sin que se vieran los cables, y water con cisterna. .
Después en la Catedral todavía en construcción, las columnas de estuco imitando mármol, con sus artesanos italianos a los que todavía oigo cantar.
Y a las que me acerqué incrédulo , muchos años después, para encontrarlas como si hubieran salido de las canteras de Carrara. Esa gente ponía no solo oficio en lo que hacía, sin también amor.

Y, en la misma catedral, el funeral dedicado al poeta de la patria, don Juan Zorrilla de San Martín. No hay que olvidar que fue un católico militante. Habían levantado un catafalco espantoso forrado de negro. Él, con su estilo ampuloso de la época romántica, como dicen los gurises, ya fué. Pero cuando releí el inicio de "Tabaré"…
“Cayó la flor al río,
los temblorosos círculos concéntricos,
balancearon los verdes camalotes,
y en el silencio del juncal murieron.”
…yo, todavía adolescente, volví a verme con los pies en el agua, sentado en una piedra a la orilla del río de mi infancia, pescando,(es un decir) bogas, y viendo caer no una flor, sino una oreja de negro como le llamábamos a la semilla del timbó, para formar círculos concéntricos, que no morían en el silencio del juncal, pero sí balanceaban camalotes.
Y le digo a la Flaca que siga siendo cursi. Es precioso. Yo lo soy. Y a mucha honra.
Y volvimos al pueblo, para marchar a Montevideo. Pero eso es otra historia. Dios dirá.