Los que leyeron mi presentación, habrán visto que de los compañeros de la sub 20, Carloncho, Carlos Häberli, el amigo del alma, se fue primero. Le llamo la sub20 a los que nacimos en 1920. Lo siguió Idea, y ahora también Mario. Lo que quiere decir que les está escribiendo el último de los mohicanos.
Galeano dice que a veces, uno quiere escribir y las palabras no vienen. Pienso que en mi caso, el problema es mucho mayor. De manera que no vienen casi nunca. Me alcanza con leer las actualizaciones y comentarios de ustedes, para darme cuenta que hay años luz de distancia entre vuestro dominio del lenguaje y el mío. Y no digo nada de la inventiva.
Yo apenas soy capaz de relatar hechos. Y, para que vean que no exagero, les voy a contar lo que fue mi formación académica.
En la escuelita de mi pueblo fui hasta quinto grado.

A los 10 años, marché al Seminario de Salto donde estuve un año y medio. En el primer curso, mucha historia sagrada, rudimentos de latín, algo de gramática, oraciones y letanías varias, ayudar a misa, etc. Lo bueno es que llegué en vacaciones y además de ir a pescar y bañarnos en el arroyo San Antonio, aprendí a jugar al truco y al mus. Eran jesuitas; un poco más mundanos.

Pero al año siguiente no aguanté más. Pedí para irme,(papá había muerto estando yo en el seminario) pero precisaban Ministros para el Señor y no me dejaron. Entonces me porté mal y me puse pendenciero, hasta que logré mi objetivo.
Vuelto al pueblo, al no estar papá, unos amigos de mi hermana me dieron hospedaje en su establecimiento de campo, donde se sembraban hectáreas de trigo, lino y maíz. Estaba ubicado, para mi disgusto, sobre la orilla del Río Uruguay donde desemboca el Itacumbú. Les llevaba, tempranito, en un petiso tordillo, a través del campo húmedo de rocío, , el desayuno a los tres hermanos, hijos de los colonos. En una lata de aceite de dos litros, café o mate cocido con leche y pan casero.

Y llegó el momento de dejar el pueblo; solo estábamos Adela y yo. Mis otras hermanas, la tía Catalina y todos los primos, vivían en Montevideo. La crisis (en ese tiempo también las había) estaba en su máximo esplendor. Entonces me colocaron en la Escuela al aire libre, en Ocho de Octubre entre Larrañaga y Propios. Ahora son L.A.de Herrera y B. y Ordóñez. Para que no haya resentimientos. Teníamos desayuno, almuerzo y merienda. Me pusieron en 5°, que era el grado más alto. En una oportunidad la maestra preguntó que era la gramática. Levanté la mano; y: la gramática se compone de prosodia, analogía, sintaxis y ortografía. Se quedaron estupefactos; maestra incluida. Mi ego creció no sé cuantos metros. La verdad, yo tampoco la tenía muy clara.

Y al año siguiente con mis 14 primaveras ingresé a “secundaria”, que era un boliche (bar) cuyos habitués, mis condiscípulos, eran proxenetas, putas pobres, y quinteros que llegaban con sus carros a tomarse la cañita mañanera, y a la vuelta, la vespertina. Por la mañana traían sus enormes carros de cuatro ruedas tirados por percherones formidables, y al retorno, llenos de abono vacuno que cargaban en los innumerables tambos del Montevideo de entonces. Me parece verlos, con sus camisas de franela a cuadros. El boliche se llamaba la Picada; estaba enclavado en el Puerto Rico; en ese entonces un barrio de prostíbulos baratos. 
Con mis catorce años recién cumplidos, atendía de la noche a la mañana a las y los clientes. La mayoría de las muchachas eran muy buena gente. Me tomaron cariño, y se divertían haciéndome cosquillas en mis partes secretas. Bah, no tanto. Y, como dice Discepolín, ahí aprendí filosofía, dados, timba, (sabía más de caballos que los catedráticos. ) Y no te digo nada de los tangos cantados por el inigualable. En ese entonces la radio de moda era la Fénix; estaba prendida todo el día, y todo el día se escuchaba a Canaro, Gardel, Magaldi, y algún pasodoble. Eso desde las 8 de la mañana hasta la noche.
Me asombro, porque con mi memoria devota del señor alemán, todavía recuerdo íntegras las letras de un sinnúmero de tangos. Claro; los cantaba el mago. Y, aunque les parezca mentira, con mis 14 años, junté las mínimas propinas hasta tener para un boleto y la entrada, me fuí a Maroñas. y me dejaron entrar y jugar. Como decía don Verídico. no tiene goyete. Entré, ¿Se acuerdan? “Preparate p'al Domingo si querés cambiar de yeta; tengo una rumbiada papa que abonará gran sport.” Pobres de ustedes; ¡que se van a acordar de lo que no conocen!
Pero la primera carrera era de debutantes; así que los catedráticos estábamos fritos. Después del paseo preliminar le jugué por la pinta a Avance, un tordillo precioso. Pero le ganó un overo, Oro 18. Por suerte. Aunque no creo que me volviera adicto. No tengo alma de timbero. Como ven, mi formación era inobjetable. Especialmente la gramatical. Tuve otra experiencia, esa sí provechosa. El clandestino que levantaba juego en el boliche, un día me dijo: "botija; faltan diez guitas para completar diez mangos; vos ponés el número y yo la plata. Si sacamo vamo a media." Entonces me acerqué al contador de la luz. Terminaba la cifra en 82. Cualquier tipo normal hubiera elegido ese número. Están arreglados; he aquí mi idea brillante: 8 - 2 =6. 6 y 2, 62. juéguele al 62. Y salió a la cabeza- Quedé famoso. . Y con mi bagage ¿o bagaje? de conocimientos, pasé de grado. Pero eso es capítulo aparte-