Ya, en cierto modo, me conocen. Mi nene, el Santi, sin autorización,(atrevido como siempre,) publicó el relato de mis recuerdos. Como se habràn dado cuenta, no nací ayer. Con mi amigo del alma, Häberli, que se me fue hace poco, decíamos que con Benedetti e Idea Vilariño, somos de la sub 20. Por el año en que nacimos. Los espero.Tata

sábado, 1 de agosto de 2009

currículum académico-episodio 4


Inicio este cuarto episodio con una buena noticia.


Para mí, quiero decir. Nos visitó sin previo aviso y se quedará dos semanas con nosotros, el Risueño Fantasma. De manera que estamos todos felices.


Y, volviendo al tema de mi formación académica, les contaré por que el optar por la música no fué casualidad. No soy creyente; pero pienso que hay un misterio en la secuencia de hechos que para bien, o en algunos casos para mal, te llevan a ser lo que finalmente sos. Y creo también que algunos nacen con estrella. Y yo fui uno de ellos.

En la presentación del blog dije que siempre fui felíz.

Y los hechos ayudaron a que así fuera.

En la época de mi niñez, la década de los 20, en el interior, (no sé si en la capital también,) los hijos trataban a los padres de "usted"; y al dirijirse a ellos, muchos decían "sí señor o no señor." Eso jamás pasó en casa. En una oportunidad, yo tendría seis o siete años, se ve que hice algo por lo que el viejo me rezongó. Y le contesté; "¡desgraciado!". A cualquier gurí lo hubieran sacado de un sopapo por la ventana. Papá solo me dijo; "tenés razón". El era ciego. Cada vez que recuerdo ese momento, se me aprieta el corazón.



Él cantaba, tocaba la flauta, el clarinete, y la guitarra. Era el que cantaba las misas, y en las fiestas escolares les enseñaba canciones a los gurises y los acompañaba. Y en las fiestas de fin de curso, por supuesto el Himno y la marcha "Mi Bandera". Eso se repetía, luego de hacerlo en el pueblo, en dos escuelitas rurales, Franquía y Coronado. El que cantaba el solo ¿adivinen quién? En esos momentos el ego no me cabía en el cuerpo.

Papá tenía además su orquesta propia. Dos o tres guitarras, él con la flauta o el clarinete y a veces también se sumaba un acordeonista. Muchas veces lo llamaban desde la barra del Cuareim, en Brasil, o de Monte Caseros del lado argentino. Entonces atravesábamos el río, a veces en botes a vela y otras en lancha. Siempre me llevaba con él.


Al regreso, en las madrugadas de verano, al cruzar el río padre, cuando había luna y el silencio rumoroso del agua -que todavía consevaba la tibieza de la tarde- todo lo envolvía, sin que papá se enterara, (no me hubiera dejado hacerlo) me sentaba junto a la borda y hundía mi mano en esa tibieza. Y, parafraseando a los Olimas, al recordar, siento clarito al Uruguay que pasa.

Papá me enseñó a hacer flautas perforando cañas con un alambre calentado al rojo.

Y otra vez la suerte.

Yo había encontrado unas esferas de plomo; y el herrero del pueblo, al que yo siempre iba a ver fabricar las herraduras, (me fascinaba ver transformarse mediante el martillo el hierro al rojo sobre el yunque) me ofreció cambiar esas esferas -según él para sus aparejos de pesca- por una ocarina. Por supuesto que el sabía de mi fabricación de flautas de caña. Debía ser la única ocarina del pueblo. Y fue a parar a mis manos. Siempre recuerdo a ese herrero con agradecimiento.

Me pasaba el día haciendo sonar esa maravilla, cuando, (otra vez la suerte) se produjo el milagro. Me salió por pura casualidad, "sol la sol fa mí". ¡pah!, "¡Española españolita!". Era un pasodoble de moda. De ahí en más en la manzana me dirían el gusano. No paré hasta encontrar los intervalos de la melodía y cuando lo logré, me los aprendí de memoria y le hice escuchar el pasodoble al viejo. Él seguramente pensó que el Amadeus era un poroto a lado de su nene. Y me regaló una flauta que ya no usaba. Era del sistema antiguo, de seis agujeros y cinco llaves. Pero era de verdad. De ahí en más no quedó pieza conocida que no asesinara.

Hasta que un 18 de Julio, creo de 1930, bien tempranito me asomé a la ventana e inflamado de fervor patriótico toqué el himno para todo el pueblo. Luego hubo un paréntesis obligado de año y medio. Marché al Seminario y la flauta quedó en casa.


El seminario. (soy el de camisa blanca)


Pero la vida monástica no se hizo para mí. Así que si bien cuando inicialmente pedí para irme no me dejaban abandonarlos pues necesitabn ministros para el Señor, cuando cambié mi comportamiento se dieron cuenta no era digno de tan sagrado cargo.

Y otra vez en mi pueblo querido; pero por poco tiempo.

Papá había muerto y Adela, la hermana mayor decidió que era hora de reunirnos con las dos restantes en Montevideo. Y allá fuimos.

Salimos de Bella Unión el 12 de diciembre de 1932, al medio día, y llegamos a Montevideo el 13 a las 15. Veinticinco horas. Fuimos a vivir con una hermana y su marido.

Y otra vez la suerte.

Como la crisis estaba en su apogeo, tuvimos que mudarnos a una casa más barata. Y en ese barrio vivía el primer flautista de la Ossodre, la orquesta oficial hacía dos años formada. Y lo que es hoy Av. Centenario, en ese entonces era un campito. Y, ahí jugábamos al fútbol. Uno de los que lo hacía era el hijo menor del que después fue mi maestro. Ahí conocí a Pascual hace 75 años. Y todavía nos aguantamos.



Pascualito

Él frecuentaba la casa de don Quico; así lo llamaban al que fué mi maestro. Y entonces le habló sobre mis deseos de estudiar. Su respuesta fue: "ese debe ser un atorrante como ustedes".


Y otra vez la suerte o el destino.

Lo que en otras circunstancias hubiera sido un drama, resultó ser una alegría. Yo trabajaba en la Kásdorf de repartidor. Pero surgió la Conaprole, la clientela mermó, y sobrábamos empleados. Don Quico justo en ese momento terminaba de comprar un casita de descanso y necesitaba quien se la cuidara. Y allá fui, recomendado por Pascual y Javier, su hijo. Y, por supuesto me llevé mi flauta. Entonces don Quico me escuchó, me regaló métodos, la flauta que fue de Gerardo Grasso, autor del Pericón Nacional, y me enseñó gratis. Que les parece. Tiene un monumento de admiración y gratitud en mi corazón.

Francisco Russo, "Don Quico"

A los seis meses, por medio de algún conocido, como hacía falta una flauta en la banda de la Escuela Militar, me recomendó y allá fui, a servir artísticamente la Patria. Y ahí conocí a Sparano, el oboísta que fue después compañero querido en la Banda Municipal, la Ossodre y en nuestro quinteto inolvidable. Estando en la banda de la Escuela Militar conocí lo que eran las maniobras. Para nosotros un picnic corrido. Tocábamos diana de madrugada, luego expropiábamos leña del depósito, y a desayunarnos, jugar a las damas o al truco, y algunos a estudiar.


Cada tanto, como el rio Santa Lucía estaba muy cerca, nos escapábamos a pescar. Por supuesto que eso estaba prohibido. Los músicos figurábamos como civiles; estábamos sujetos a la disciplina militar solo en horas de servicio. Llegábamos vestidos de civil, nos poníamos el verde que te quiero verde mientras realizábamos nuestra labor de criminales de la música, (no se hacen idea de los crímenes de lesa afinación).

Y estuve arrestado una semana con Ovidio Alvarez, trombonista.

Él era de la barra del fútbol del barrio y estaba hacía más tiempo que yo en la Banda. Los Jueves tocábamos diana muy temprano. Yo vivía a pocas cuadras de su casa, y para despertarlo le tiraba una piedra al techo de zinc. Un Jueves me dormí, y, por supuesto, él también. Pero los Jueves también tocábamos retreta en la vereda de la escuela. Los dos teníamos novia. Si ibamos de tarde ya no salíamos. Entonces le dije a Ovidio; vamos mañana preparados. Al día siguiente llevamos platos y una muda de ropa. Una semana de arresto. Dormíamos en el dormitorio colectivo debajo de las gradas de la cancha de fútbol. Por la mañana había que desarmar las camas. Eran los ponchos y una especie de frazadas, por supuesto verdes. Cuando los milicos ya tenían todo ordenado, nosotros estábamos en veremos. Entonces Ovidio se inspiró y recitó aquello de: "cuarenta balcones y ninguna flor; ¿hay en esa casa alguna niña novia, hay algún poeta lleeeno de ilusión?" etc. Entonces recurrí a mi amor, Juana de América: "Caronte; yo seré un´escándalo en tu barca". Pero miré la sonrisita de los milicos y le dije a Ovidio; vamos a cortar porque nuestra virtud corre peligro.

Esto ya lo puse en mis recuerdos pero va por si alguien no los leyó.

Estuve ahí hasta que en la Banda municipal se llamó a concurso para llenar un cargo de segunda flauta.

Y otra vez la fortuna.

Si el llamado hubiera sido un año antes, no lo hubiera ganado. Yo hacía tres años que estudiaba; y mi competidor, que era mi compañero y amigo en la banda militar, hacía seis. Fué feo, pero él lo aceptó muy bien. Muchos años después, fue por un tiempo mi segundo flauta en la Ossodre. Y al entrar en la Banda Municipal, culminados mis estudios universitarios, solo me quedaba ingresar al posgrado.


Eso, irá en el próximo episodio.