Ya, en cierto modo, me conocen. Mi nene, el Santi, sin autorización,(atrevido como siempre,) publicó el relato de mis recuerdos. Como se habràn dado cuenta, no nací ayer. Con mi amigo del alma, Häberli, que se me fue hace poco, decíamos que con Benedetti e Idea Vilariño, somos de la sub 20. Por el año en que nacimos. Los espero.Tata

lunes, 26 de diciembre de 2011

A toda la barra de blogueros un saludo cálido y un abrazo fuerte con los mejores augurios de este integrante de esa barra.
Felicidades

sábado, 19 de noviembre de 2011



Salimos con Liliana y una pareja amiga el Sábado 12 a las 8 de la madrugada por ruta 8. La conductora, jefe de la expedición y dueña del medio de transporte era la antes nombrada. La ruta, no por conocida resulta monótona; siempre hay cosas nuevas para ver y disfrutar. A la altura de Minas, el Santa Lucía chico, ya más adelante el Cebollatí y el Olimar. Lástim
a que como solo a los genios, en un país turístico como se supone es este, se les ha ocurrido construir la baranda de los puentes, no como se hacían, con columnas que dejaban ver las cintas de ríos y arroyos a quienes los recorrían, sino en forma de muro lo suficientemente alto como para ocultar esa hermosura.

En una estación de servicio de Ancap, a la altura de 33, paramos para cargar combustible y, en el minimercado de la estación, comprar algún refresco. De lo otro íbamos provistos. No se concibe ir a un paseo campestre sin practicar equitación. Y para hacerlo, es bueno tener siempre a mano un Caballito. Y si es Blanco, mucho mejor. Pero como de costumbre, genio y figura, olvidé mi sombrero en casa. Como el sol del norte no perdona, decidí comprar uno. Le pregunté a la cajera y me contestó que no tenían. Se ve que ante mi cara de desolación, ( o mi atractivo personal), me dijo: no se aflija; yo le consigo uno. Fue hacia adentro, y se me apareció con una gorra con el logo de Ancap. Cuando le pregunté el precio, --de ninguna manera , me contestó; es un regalo--. Y, dejando de lado las bromas tontas, confieso que me emocionó el ver que, a pesar de todo, todavía quedan seres humanos que valen la pena, y hacen honor a la especie. Después, ya en la cabaña donde nos hospedamos, encontré en la parte interior del gorro, el nombre de Mónica. Era de ella. Cuando volvimos, mientras se cargaba combustible para el regreso, entré al mini, y por suerte no estaba en la caja; le pregunté a la muchacha de turno, y me dijo que volvía en la tarde. De esa manera pude comprar unos bombones y dejárselos como agradecimiento.

Y seguimos andando. Tomamos la ruta que lleva a la quebrada; un camino secundario de balasto, sinuoso y nunca plano; siempre adornado por matas de margaritas que parecen explotar en amarillo.



El borde del camino está siempre pintado de ese color. A medida que avanzamos, ese camino se vuelve más quebrado; repechos y descensos con curvas a veces imprevistas, mientras a la distancia, el paisaje parece hecho para enloquecer a algún pintor de aquellos impresionistas. Contraste de verdes oscuros en los pinares, claros en los eucaliptos, y luminosos en la gramilla cubierta de rocío cuando la pinta el sol de la mañana, ya bastante alto sobre el horizonte. Y, a la distancia, como recostadas en ese horizonte, las cuchillas se desperezan llenas de esas cambiantes luces y sombras mañaneras.

Llegamos a destino, a ocupar el alojamiento, unas cabañas de paredes de madera y techo de totora, acorde con la aventura de revivir tiempos ya idos. Sin luz eléctrica, cada vez que iba al baño, recorría la pared cercana a la puerta en busca de la llave. La presencia del farol a gas, un avance frente al de mecha de mi niñez, hace que, que aunque no vivamos aferrados a los recuerdos, ellos no dejen de acompañarnos.

Y, en el entorno de nuestra cabaña, troncos de árboles, (eucaliptos) centenarios, que fueron cortados a una altura que los hace, con su diámetro de casi un metro, lugar de apoyo del termo para mientras se matea, charlar a gusto y paladar.

Liliana y los amigos arrancaron para la quebrada. Como no soy ya el de ayer, decidí descansar y juntar fuerzas para el día siguiente. Me senté en el patio, y recibí la visita de una pareja de chingolos, (el gorrioncito criollo), que evidentemente, al no ser agredidos, son mansitos. Vinieron a buscar comida; fui a traerla, pero al volver no estaban. Pero sí estaban golondrinas, que se paseaban volando bajito en bandadas azules, armando un escándalo de chirridos nada musicales, pero que les servía, para así, a su manera, cantarle a la vida. Y volvieron los chingolos. Ya con más confianza, aceptaron el pan que les puse, y se los llevaban, se ve que tienen a sus nenes. Estoy seguro que de quedarnos unos días, terminaban comiendo de mi mano.


Esa noche usamos la churrasquera de la cabaña para practicar el ritual del asado criollo, chorizos incluídos. Lo hizo Javier, el esposo de una colega y amiga de Liliana, con los que compartimos la aventura. Después, ver de nuevo el cielo poblarse de las estrellas que solo pueden verse en la soledad y ausencia de luz del campo, y que a los habitantes de la ciudad nos están negadas. Venus rutilando casi en el horizonte, y el cielo inmenso, donde no cabe una estrella más. Lo que no pude ver, fue la vía láctea; no se si no es visible en esta latitud. Y pensás como nuestros antepasados, deslumbrados por ese milagro, no se iban a inventar un Dios, (a nuestra imagen y semejanza, claro) capaz de crear todas esas maravillas. Y los árboles quietos, y el silencio que de pronto se acaba cuando un grillo nochero empieza a cantar y parece que es para toda la noche. Y, ahora sí, al día siguiente a la quebrada. Pero como me levanté cuando doña Aurora se desperezaba y el sol recién aparecía, me encontré con el eterno milagro de la mañana. ¿Recuerdan la canción de los Olimas?. “ no te apures mañanita, que el silencio está quietito, y en la punta de los pastos, está dormido el rocío” Este no estaba dormido. Pocas veces, (diría que nunca) he visto, y menos en primavera, un rocío como este. Me mojé hasta el apellido cuando fui a buscar unas flores del campo que en la noche aparecieron a poca distancia. Y, ahora sí, a la quebrada. Si bien las cabañas no están lejos, como después hay que meter pata, fuimos en el auto hasta el inicio de la pasarela. Liliana que estuvo hace un par de años, quedó encantada; antes había que bajar todo ese tramo a pie por entre pedregales. Es que sabían, los encargados del lugar, que iba a visitarlos un señor que ya cumplió cinco veces 18, y se compadecieron. Quedó preciosa. La pasarela, quiero decir Si bien es verdad que es empinada y el regreso se las trae, primero escalones y luego un repecho que ya te digo, no hay piedras de punta ni tierra suelta. Solo la madera amiga. Y, en lugar de pasamanos, una cuerda solidaria. Termina en una balconada que domina el panorama , donde se unen el arroyo Yerbal con la Cañada de los helechos, que corre por el túnel de vegetación que cubre el fondo de esa quebrada. Es realmente de una belleza impresionante. Y los cuervos. En realidad son buitres, parientes modestos del cóndor, con su pescuezo pelado. Planean por decenas; desde la balconada de la pasarela parecen casi al alcance de la mano. Sin embargo en las fotos no aparecen. Tal vez dada la velocidad con que lo hacen, con cámara común no sea posible tomarlos. Y, a la distancia, la cinta del Yerbal que como un sendero líquido entre colinas camina para encontrarse con la cañada, y sigue con ella por un túnel de helechos y vegetación únicos, que medra gracias al microclima, único en ese lugar, que creo no se da en otra parte del país. Tuve que conformarme con verlo a la distancia. Pero con un poco de imaginación, no solo lo ves sino también le agregás algo que quisieras ver. Y a hacer alpinismo en la pasarela para el regreso, y disfrutar, esta vez en sentido contrario, la gloria del paisaje. Espero que las fotos de Liliana hayan salido bien, para en algo, compartir con ustedes esa maravilla. Ahora, no es cuestión de ver la quebrada y después morir. Te tiene que dar tiempo para recordarla. Y hay tanto, que puede llevar mucho. Y, de vuelta al pago, pensando que, como siempre, las horas que tenemos para disfrutar de las cosas lindas tendrían que pasar más lentas.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Valle del Lunarejo





Como verán por la fecha de salida, ya van 15 días de la aventura. Estaba esperando a que el Santi me desasnara en esto de colocar las fotos en el lugar correspondiente, pero como va para muy largo y el fin de año se acerca, decidí pegar el grito de independencia y con ayuda de Liliana, publicar, antes que pase más tiempo, las vivencias de nuestro paseo a ese lugar de maravilla.


Salimos el martes 13, desafiando todos los pronósticos. Formábamos un trío compuesto por una tía-cuñada, un padre y también cuñado, (yo), y una hija y sobrina, que en su papel de conductora llevaba la voz cantante, y mandante. El cielo una maravilla, el camino excelente, y, el paisaje, no por repetido menos encantador. Hasta llegar a Paso de los toros, sentarnos a la orilla del río a descansar un rato, sacar alguna foto y tomar algún matecito. Hasta ahora, el hacer turismo en el Uruguay no significó ningún peligro, mucho menos el morir en la demanda, (Andrea dixit) . De manera que por la tarde, luego de caminar, (sobre ruedas, claro,) por los senderos en este caso luminosos de la patria, tomamos un camino secundario y así llegamos a la posada del Lunarejo.



Durante el recorrido, dicté cátedra sobre aves del Uruguay y sus nidos. Vi aparecer en varios árboles a la orilla del camino, unos preciosos nidos de espinero. Entonces se los señalé a mis compañeras con la autoridad que da el conocimiento de los campos de la patria, que para él no tiene secretos. Pero los tales nidos resultaron ser una formación que aparece en los árboles, con apariencia de nido, pero producto de la invasión de de un parásito vegetal que vive y medra a expensas del árbol que lo protege. (Cualquier semejanza con el homo sapiens es pura
casualidad.) Sucede que en mi pueblo, ese parásito no existía.


Como ven en la foto, la Posada, es una casona centenaria remozada pero sin modificarla, con pisos de ladrillo; claro que ahora barnizados y preciosos, en medio de un paisaje enmarcado por cerros de maravilla y cercana a una laguna donde están prohibidas la caza y la pesca, habitada por garzas, bandurrias y espátulas rosadas y nutrias, todas dueñas y señoras del lugar, cubierta el agua por un tapiz verde del que no sé su nombre verdadero, pero al que los gurises de mi pueblo llamábamos repollito de río.



Liliana estaba chocha con las espátulas; cuando las vio a la distancia, creyó eran flamencos.

Es que realmente era, es un placer contemplar a todos esos habitantes de esa laguna que no temen a los humanos. porque no son nunca agredidos, rodeados por un paisaje en que los cerros parecen colocados para adornarlo.


La gente de la posada encantadora, con la característica cordialidad de los habitantes del interior.
Y no te digo nada de la cocina; (por primera vez comí jabalí), y postres como los que hacían mis hermanas. Y unos desayunos y meriendas de primera.


Cuando me encontré otra vez con el sol radiante, el paisaje inmenso y la distanciaq dueña del silencio, que no era la misma de mi niñez; (en aquél tiempo se perdía en el infinito), en cambio ahora, se veía interrumpida por la frontera de los cerros. Y sentí el asombro de vivir de nuevo, y no sólo en el recuerdo, (no hay explicación racional) sino realmente sentirlos como antes, momentos que creí para mí ya irrepetibles.


Al día siguiente, en un camión 4x4 a recorrer el valle junto al arroyo. De otra manera es prácticamente imposible. Subidas y bajadas pedregosas, por lugares preciosos, bordeado a veces de cactus con, esta vez sí, nidos de espineros.

El arroyo corre a veces cantando por un lecho de piedras, y como no hay, por ahora, posibilidd de negocios redituables, tenemos la esperanza que nuestro nietos encuentren el lugar tan precioso como ahora, y, como lo hicimos nosotros, lo disfruten. Salvo que a algún señor paladín del progreso le de por llenar el lugar de eucaliptus que reportan muy buenos dividendos, hasta que la tierra diga basta.


Luego de tan profundo pensamiento que, como habrán observado, antepone la protección ambiental al afán de lucro, llegó el momento del retorno.
Y, entonces, ya lo dijo don Antnio, todo pasa. Pero también mucho queda en el recuerdo agradecido. Por desgracia, lo que sí pasaron demasiado rápido fueron los días.
Así que ya el viernes, a desandar lo andado; la conductora a manejar y nosotros a disfrutar del paisaje, parar un rato en P. de los Toros, tomar unos mates y, ya que estábamos algo más, y volver al pago con la carga de una preciosa vivencia para añadir al baúl de los recuerdos


Como habrán observado, la única foto que pude colocar es la inicial, cuando descansamos en paso de los toros. Pero, tiempo al tiempo; quien te dice que el Santi en algún momento coloque las que faltan

martes, 30 de agosto de 2011

Vamos a seguir compartiendo la poesía de don Osiris. Este poema tiene, como lo que cada quien escribe, mucho que ver con su propio camino y sus vivencias propias, que a veces son muy parecidas a las nuestras. Salvo su final. Entonces me atreví a no hacer caso a don José Hernández y a su Martín Fierro, cuando dice aquello de que no pinta quien tiene ganas, sino quien sabe pintar. Yo por desgracia, no sé pintar; pero en este caso me sobran las ganas. De modo, que sin corregirle la plana como dice Fierro. les cuento como sería el final del poema, si hablara de mi camino. Y que Dios, Osiris y ustedes me perdonen. Lo voy a poner bien separado, para que no haya contaminación. Ahí va el poema


Pena de camino largo
La cicatriz del camino, que va subiendo a los cerros
me duele como si fuera todavía un tajo fresco
Pena de camino largo, cansancio de viaje viejo
que voy andando y andando tiempo arriba y sangre adentro

Hasta hace poco solía,llevar atado a los tiemtos
un chifle con agua pura, del manantial de los sueños;
pero se ha acabado el agua, y el manantial quedó lejos
¡y están muy turbios los charcos, de tanto pasar troperos!

Yo solo tengo el camino, el frío el agua y el viento,
y un poco de sol y luna, cosas que no tienen dueño
y llevo, como una carga, sobre mis hombros el cielo
y en el fondo de los ojos, limadura de luceros...

Pena de camino largo´, cansancio de viaje viejo....
Tata Dios que es empinada, la ladera de mi cerro
Que fría viene la noche,tiempo arriba y sangre adentro!!
con un poncho de verano, me está agarrando el invierno...
Y sigo picando espuelas, sobre mi dolor cerrero!
Mi angustia quiebra un rebenque, por los flancos del silencio.
Todo, por un corazón que ha nacido trasfoguero,
y siempre se enciende más, cuando más lo sopla el viento.

Por asir la cruz del sur como a un facón caronero´
para que empiece mi nombre, sobre el borde de mi tiempo
Pena de camino largo, cansancio de viaje viejo!
Pasión de vivir cantando, que es ir penando y subiendo!

,
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...........................................................................................................


Dicha de camino largo, que hemos ido recorriendo
con una carga de sueños, madurados en silencios
Silencios que maduraron, para endulzar esos sueños




















sábado, 27 de agosto de 2011

La Flaca me conminó a reaparecer, yo diría como el ave fénix. Pero él lo hizo de sus cenizas. A mi blog, como a su dueño, ya casi ni cenizas nos van quedando para la resurrección. El blog, porque aquello del club de lectores, murió al nacer; y al dueño de ese blog, porque las cenizas ya son tantas, que si le da por revivir, no es extraño que lo ahoguen. Pero anoche, en que como siempre para despuntar el vicio eché mano de un libro, me dio por releer a don Osiris, y me encontré otra vez con su "canción para mi guitarra." Estoy seguro que el de la plateada cabellera la conoce; pero de cualquier manera mato dos pájaros de un tiro. Obedezco a la Flaca querida, y dedico a su media naranja, ¿o limón? esta entrada. Por otra parte, tiene el poema cosas que a mí me emocionan. Yo también hallé de niño la música escondida en un instrumento que me enseñó a vivir con ella. Y, por suerte, de ella. Si bien no es para mí de las mejores del Osiris, ojalá pudiera hacer algo parecido- Ahí va.


Canción para mi guitarra

La hallé de niño, en el monte, y ahorcada por las enviras;
pozo de tiempo su boca, conservaba todavía
plumas que fueron del nido de alguna cabeza indígena,
o de las alas de un canto, que amaneció en agonía.....

Fué casi a boca de noche, y en una senda perdida
donde hasta la luz se agacha para cruzar fugitiva,
y un largo frío delgado, de yarará se desliza;
estaba triste y comprendo la tristeza que sentía

Mi raza siempre la tuvo sobre el pecho estremecida;
la untó con barro de estrellas, la vistió de lunas finas,
le dió púrpuras heroicas, y con seda en las clavijas
le imaginaba cabellos, para brindarle caricias.

Y yo la encontré en el monte, y ahorcada por las enviras
Era túmulo de historia, color de tierra erigida
huérfana de serenatas, olvidada en las espinas,
tapera donde la lluvia, dobló campanas dormidas

Me corrió un frío de pena por la sangre más antigua
con varios filos de luna, le fuí cortando las fibras
que apretaban entre sombra, su largo cuello de niña,
y le hallé un clavel del aire, florecido en las clavijas!!

Me la traje sol afuera; y en un trazo de cuchilla
donde crecen las auroras de mi pago, donde inicia
su portada el arcoiris cuando escampan las lloviznas,
le escuché medroso el pecho; la abrigué con mis caricias
y el buen sol de aquel ocaso, con su roja frase tibia
la bañaba en el concepto luminoso de la vida.

En la rueca de la luna, hilé seis angustias mías
con ellas hice una escala luminosa de agua limpia
para entrar a mi guitarra, como a una gruta perdida;
y allí estaba el olvidado cielo de la gauchería.!!

Telaraña con rocío de estrellas adormecidas
cerca de Dios, en la noche donde la copla suspira!
Pago azul, recuperado para el tropel de la cifra.
Para que el alma de España le cante a la raza india
por las rejas de la lluvia, con pena de vidalita!
Para que el gaucho no muera! para que nadie me diga
Que ha muerto hace mucho tiempo, crucificado en la risa´

con un alambre de púa, como corona de espinas.

































martes, 31 de mayo de 2011

miércoles, 25 de mayo de 2011

Como hacer turismo en Uruguay ¿natural?, y seguir vivito, coleando, y feliz

Y como plagiar el título a Andrea.


Este fin de semana, decidimos con Liliana visitar las termas del Arapey, allá por el norte salteño. Invitamos a mi cuñada, y allá fuimos. La partida fue a las 24.30 desde Tres Cruces. Un ómnibus excelente por la comodidad de sus asientos, pero no tanto por la transparencia de las ventanillas. Entonces, la noche no demasiado clara me privó de el espectáculo para mí siempre emocionante de ver, bordeado por el verde oscuro de los montes criollos, renovarse el milagro de la presencia de uno de los tantos arroyos que nos regaló la suerte, lo que hace que vuelva a mí el recuerdo de aquel (como decía Osiris, ) gurí del mojarrero, al que felizmente nunca dejé me abandonara del todo.

Y, a las 6 y media en punto, llegamos a la terminal de Salto.

Preciosa. ¡Ja, en mis tiempos no había! Claro; yo estuve en el Seminario del 1931 al 32; hacen apenas 80 primaveras. Desayuno, claro, y a esperar el transporte. Y, la tristeza de ver, a la salida de la ciudad, la cantidad de viviendas (si así se les puede llamar) precarias. Fábricas de gurises sin futuro, salvo la cárcel o la pasta base. Que lo parió; ya apareció el “sociomoralista”. Já, y no saben la que les espera cuando hable de los campos de la patria. Como decía el barítono aquél que silbaron cuando terminó su aria. ¡¡Ah, habete fischiatto a mé.!! ¡¡aspettate lo tenore!! Porque salvo unos pocos quilómetros cercanos a la ciudad, donde hay cantidad de invernaderos y naranjales preciosos, el resto de los campos de la patria de aquél que dijo , “para que los más infelices sean los más privilegiados”, te hace dudar de lo del contento y feliz del título, ya que solo te queda el derecho a putear a los dueños de la inmensidad de una tierra que tendría que ser de todos, pero es de unos pocos que no pagan, (el Cuqui los liberó) el impuesto de primaria. Y tienen razón; para que van a pagarlo si ellos mandan a sus nenes a estudiar a EEUU o a la rubia Albión.

Desfilan por la ventanilla quilómetros y más quilómetros de hectáreas, con cada tanto, un montecito de abrigo, y alguna aguada a la que para llegar, los animales tienen que caminar horas bajo el sol del norte. Pero no todo es así; en la zona cercana a Salto, como ya dije, naranjales e invernaderos dominan el paisaje. Y, ya más al norte, cada tanto aparece una pradera artificial donde la tierra se viste de un verde precioso, poblado de vaquitas, a las que, a pesar de ser ajenas, causa placer el mirarlas.

Y , de pronto, la cinta verdeoscura de un monte que anuncia al viajero la presencia casi mágica de uno de los tantos arroyos que la suerte nos regaló, y que ahora, felizmente, a la luz del día, y a pesar de la ventanilla traidora, podemos ver bastante bien.

Cruzamos el puente sobre el Arapey, y a la distancia, aparece la imagen desmelenada de una palmera, para mí vieja conocida, (esta es mi cuarta visita) que indica la entrada al camino hacia las termas. Unos ñandúes solitarios y algún paisano en su caballo animan el paisaje, donde solo se ven leguas de campo en los que cada tanto una punta de ganado pone movimiento. Aparecen las lagunas del Arapey, las que cuando niño las veía desde el ferrocarril, rodeadas de unos montes a los que, si no se conocían había que entrar con baqueanos. Pero durante la guerra, al acabarse el petróleo, los autos empezaron a usar gasógenos que funcionaban a leña. Y, la piqueta fatal del progreso entró a tallar, y ese paisaje entonces glorioso, ahora se transformó en un campo vacío con dos enormes espejos solitarios.

En las termas, nos esperaba el hotel, con su piscina interior combinada con una externa, a la que se llega pasando en la forma más elegante posible por debajo de un panel de plástico transparente. Por supuesto con el agua al cuello. Lo que no deja de ser toda una aventura.


El hotel es cómodo, con un entorno maravilloso, y unos desayunos pantagruélicos. Y, como es de imaginarse, enfilé, ni bien llegamos, raudamente hacia el Arapey.

Felizmente ahí el monte criollo permanece intacto en la ribera opuesta; seguramente está protegido.

El paisajista encargado de diseñar el entorno era, es, un campeón.El agua de las piletas, que se renueva constantemente, baja desde estas hacia el río, recorriendo un camino cortado cada tanto por pequeñas cascadas artificiales, por las que discurre rumorosa, para unirse así a la música del canto constante de los pájaros que saludan la mañana. Y, en lugares en los que los árboles se separan dejando espacios libres, macizos de flores aparecen de improviso, transformando el paisaje en una maravilla de luz, distancia y color.

Las doñas quedaron disfrutando la pileta externa, flanqueadas por dos ceibos gigantes, que seguramente nacieron con el hotel, y que conservaban, ya algo marchitas, las últimas flores otoñales. Vuelta al hotel, y las chiquilinas me llevaron a explorar el entorno. En el paseo nos entusiasmamos con un grupo de casitas, todas, como dice la canción, de blanco color, para alquilarlas y volver, en primavera con el nieterío a disfrutarlas.

El día siguiente, Domingo, amaneció radiante. El sol norteño lucía en todo su esplendor, transformando el rocío que cubría el campo, en un enorme manto luminoso. Y me sonó en el recuerdo aquella canción, creo que es de Lena, que cantan los Olimas.

Mañanita no te apures,

que el silencio está… quietito

Y en la punta de los pastos,

está dormido el rocío….

Y enfilé derechito hacia el Arapey, para acercarme a su orilla y recordar al gurisito que se paraba, embobado, a contemplar el otro río enorme donde los camalotes se agrupan a veces como islas verdes, para navegar por su corriente, que rápida en el centro se aquieta en la orilla, en las que se quedan a veces prisioneras del juncal.

Y, de nuevo, en el milagro de la mañana recién nacida, el vapor del amanecer, que como una gasa transparente se levanta lenta acariciando el agua, y también se desvanece lentamente hasta borrarse del paisaje. Al volver al hotel, aparecieron, envueltas en el rocío, una cantidad de flores del campo. Era el día de la madre. Por lo que me las apropié sin mucho remordimiento y armé ramos para las mamás presentes y uno para una que se fue pero siempre está. Fue una hermosa y florida despedida.

En la próxima reencarnación me voy a conseguir, en la Intendencia de Salto, un puesto de ayudante de jardinero en las termas. Recuerdo que en las de Daymán, uno de ellos me dijo: a mí me pagan para ser feliz.

De manera que la pasamos de primera, eu lembré, no muito, más lembré o meu portuñol casi esquecido. Falé muito con dois bayanos de Livramento; asim que mesmo eu gostaría voltar.

Y voy a terminar este relato, con una frase que nadie ha dicho. Como lo bueno siempre se termina, llegó el momento de volver. Y desandamos el camino, Tres Cruces, Taxi, y a Casita, pero felices, y, prontos a disfrutar del recuerdo, que también forma parte de la experiencia.

miércoles, 4 de mayo de 2011

CLUB DE LECTORES - Colaboración de Fernando Terreno.

Destino de mujer

Cuento de Roberto Fontanarrosa

Aquellos que conocieron un Rosario pecaminoso, un Rosario receptor de mujeres de todo el mundo que llegaban a Pichincha para ejercer su triste e infame comercio, no pueden olvidar a María Antonia Barrales.
María Antonia Barrales era un hombre de postura arrogante, corto de palabras y rápido para la acción. Se había acostumbrado a la violencia y convivía con ella desde muy pequeño. No era extraño; había nacido en un conventillo de calle Urquiza, donde calle Urquiza cae hacia el río y transitó una infancia libre y difícil donde aprender a defenderse era primordial. Los carreros que salían con las chatas desde los almacenes de Rosenthal lo vieron trenzarse a golpes y ladrillazos con el piberío. Casi siempre por la misma causa; la feroz burla que causaba su nombre: María Antonia Barrales.
El culpable había sido su padre, pero nadie le daba tiempo para explicarlo. Nadie le creía cuando él contaba que don Simón Barrales anheló siempre tener una hija. Y que había decidido que llevaría por nombre María Antonia. La madre de don Barrales, una genovesa terca y trabajadora, insistía en que debían ponerle "Enrica". Y los sucesos se precipitaron, faltando dos meses para que la mujer diese a luz, la policía descubrió que don Simón Barrales robaba kerosén, naftalina y cueros de los almacenes de Rosenthal, donde trabajaba. Descubierto el hombre debió huir. Pero antes, empecinado, cumplió su sueño. Fue al registro civil y anotó a su próximo hijo con el nombre de "María Antonia Barrales". Adujo que de la misma forma en que hay niños que se anotan mucho después de nacidos, así como hay criaturas que van solas a registrarse, él usufructuaba el derecho de anotarla antes.
Además, descartaba el riesgo de que su mujer se saliera con la suya de bautizarla con un nombre itálico.
Y así creció María Antonia, debiendo hacerse respetar a golpes de puño, puntapiés y adoquinazos.
Le soliviantaba hasta la exasperación al muchacho que lo llamasen "María Antonia". Pidió al principio que le dijesen "María" y, más tarde y cansado de luchar, "Nené". Pero no hubo caso. Creció y se hizo hombre con ese baldón, con esa marca que traía desde la cuna.
Pero no era siempre gratuito llamarlo así. Una vez, en un baile en uno de los piringundines del Bajo, en la "Parrilla-Dancing La Guirnalda" de don Saturnino Espeche, María Antonia Barrales se enojó, no quiso que un engominado compradito venido del San Nicolás le gritara su nombre en medio de la pista. María Antonia sacó un revólver y le pegó tres tiros al atrevido. Le dieron cuatro años. Pero el juez actuante en la causa dictaminó que debía purgarlos en la Cárcel de Mujeres.
La cosa fue en los Tribunales viejos de Córdoba y Moreno y hay gente que se acuerda todavía. María Antonia elevó su voz de tenor en la protesta: él no quería ir a la Cárcel de Mujeres. El juez aceptó escucharlo, pero miró la partida de nacimiento y fue muy claro:
—Acá usted figura como María Antonia Barrales, caballero —le dijo, mostrando los papeles—. Persona de sexo femenino.
María Antonia en su ofuscación, perdió la línea. Sin dar tiempo de nada a los guardias, se bajó los pantalones y mostró su hombría.
Le recargaron la pena en dos años por exhibición obscena frente a un juez de la Nación.
Cumplió su condena en la Cárcel de Mujeres y volvió a la libertad.
Trabajó como estibador, carrero y matarife en el frigorífico de Maciel. Cada tanto retornaba a la cárcel por trenzarse en peleas a causa de su nombre. Fue en una de esas peleas que reparó en él don Teófilo Carmona, el caudillo radical, patrón y soto de barrio Triángulo. Lo sacó de la cárcel y lo tomó como guardaespaldas. En cien entreveros María Antonia hizo derroche de coraje, sangre fría y hasta crueldad innecesaria.
Pero todo fue inútil. El estigma de su nombre volvía sobre él, como una enfermedad recurrente. Y se dio por vencido.
Dejó el revólver, se apartó del cuchillo, y se casó con don Teófilo que desde tiempo atrás venía proponiéndole una vida más tranquila en los patios silenciosos de su casa solariega.
Allí cuidó niños ajenos, aprendió secretos de la cocina criolla y tejió para afuera.

jueves, 14 de abril de 2011

Aquí me pongo a contarte 1

Recuerdan que prometí, si me daba el coraje, el contar que también yo, tuve mi canción hasta ahora casi secreta. Salvo para el Santi, con el que a veces, y cuando me visita, (de acuerdo a la droga de la verdad ingerida,) surge la necesidad de contar al amigo, (al mejor, claro,) mi deslumbramiento al descubrir el amor, y le relato entonces la experiencia vivida, que para mí fue gloriosa , y mantuve siempre guardada en el recuerdo.

Él me animó a hacerlo, porque según dice, las damas siempre están ávidas de escuchar o leer esas historias. Y decidí hacerle caso.

Acá va. Tenía 13 años recién cumplidos cuando dejé el Seminario, en el que estuve año y medio. Volví a mi pueblo añorado, donde mi hermana, que trabajaba en un casa de comercio en la que vivía, ya que era como de la familia y donde no había comodidad para mí, me mandó a un establecimiento de campo enorme, (no hay duda que siempre fui afortunado) al que limitaba por el oeste el río Uruguay, y por el sur un arroyo, creo era el Itacumbú, que al desembocar en el río Padre, formaba con él un triángulo glorioso, de monte, cielo, agua y pájaros. Y casi en esa orilla, señoreaba un timbó. Creo que es el árbol más grande de nuestros montes nativos. Seguramente la mayoría de ustedes lo conocen. Su semilla tiene la forma de una oreja. Y es negra. Es muy común en las plazas de nuestros pueblos, donde se lo conoce como oreja de negro. Tiene una particularidad; ese al menos la tenía, de no tener un follaje demasiado tupido por lo que su sombra a veces no es total, lo que hizo que quedara en el recuerdo de mi piel para siempre. Ya lo sabrán, pero todo a su tiempo.

Ya conté en otra oportunidad que durante mi estadía en ese lugar, por la mañana, llevaba a caballo, través de un campo enorme de trigo recién cosechado, el desayuno a los muchachos, hijos del propietario, (mate cocido con leche) en aquellas latas de dos litros que habían sido de aceite. Y luego, (aquí empieza la historia,) al medio día ayudaba a la hija de la casa, a llevar la ropa para lavar en el río. Ella tenía 18 y yo 13.

Por otra parte, yo venía del Seminario donde la virtud era condición indispensable para salvar el alma. Y ella, en cambio, no venía como yo, de un lugar donde la castidad era un estilo de vida que de no respetarlo condenaba al fuego eterno. Por el contrario, hasta hacía muy poco tiempo, vivían en Azul, cerca de Buenos Aires, donde había dejado a su novio. Y, claro, después de conocer el cielo, pensaría que el haberlo perdido sí que era un infierno. Osiris dice; “y era una tarde de estío!!” . ¿Saben lo que son los veranos del norte? Entonces imaginen; la pobrecita me habrá mirado, y sintiendo su soledad, (de todo tipo) se habrá dicho: algo es algo. No olvidar que era Diciembre. Y me propuso darnos un chapuzón. Por supuesto, me interné en la playita con mis pantaloncitos cortos; ella lo hizo en ropa interior.

Se imaginan; quedé sin respiración. Voy a transcribir una de las estrofas de Osiris.

Y era redondo el arrullo

caliente de las torcazas

y el churrinche prisionero

de mis sienes palpitaba!

Palpitaba…. Y ella, abría

Su risa como una jaula!

Claro; con mis trece años, virtuosos pero románticos, no sentí los arrullos calientes pero si ví dos torcazas prisioneras. Qué importaba el calor de los arrullos , si adivinaba la tibieza de las torcazas. Y les aseguro que el churrinche de mis sienes quería levantar vuelo. Y el agua fresca del río, a mí, al menos, me aquietó un poco, (no tanto) el latido de mis sienes treceañeras.

Luego llegó el momento de volver-como decían allá- a las casas. Y entonces ella me dijo algo que me dejó sin respiración. “Que feo que es estar con la ropa empapada; mañana para bañarnos vamos a desnudarnos, así no se nos moja.” ¿Se imaginan el susto.? No; no pueden imaginárselo. El susto y la ansiedad por que llegara el momento.

Y, cosa que nunca me sucedía, esa noche el sueño no llegaba. Pero a esa edad aunque tarde, nunca falla. Se imaginan a qué hora de la madrugada me desperté.

Después, la que no pasaba nunca era la mañana. Hasta que llegó, como decía Peloduro, la hora crucial de la historia, que era la del baño. Llegamos al río. Por supuesto, la que llevaba la voz cantante era ella. Como la lleva siempre el sexo ¿débil?- “Sacate los pantalones.” Ante mi duda: “¿qué estás esperando?”. Lo tengo todo fotografiado en la memoria. Una vez que lo hice: “ahora desprendeme el corpiño.” No se decía desabrochame ni tampoco soutien. Y sucedió el milagro. Osiris dice; “la ví desnudar su cobre, para jugar en el agua.” En este caso no fue su cobre. Lo que hasta ahora habían sido torcazas enjauladas, brillaron, con su color blanco mate y sus piquitos rosados, en todo su esplendor.

Y, seguramente , desde el más allá don Sigmund Freud se restregaba las manos, al encontrarse con un Edipo por partida doble. Ella, con su mezcla de adolescente ardiente y de mujer de desbordante de ternura, y yo, un gurí embobado por esa ternura que mi madre no había podido ofrecerme, (murió de tuberculosis antes de mis tres años, nunca me besó ni me pudo amamantar) pero ya con mi cuerpo encendiéndose no solo en ternura, formábamos una pareja ideal para ser estudiada por una sociedad de sicólogos. Por supuesto, quien tomó la iniciativa fue ella. El poema dice: “nos quisimos en la ardiente media luna de la playa”. Nosotros lo hicimos a la sombra del timbó, sobre una alfombra verde de gramilla que tapizaba la arena. ¡Y era un medio día de estío!!....

Nunca, las pocas veces que eso sucedió, cambiamos de escenario. No hubo trigo, ni parvas, ni flores como sombrillas. Recuerdo solo la gloria tibia de su piel.

Cada vez que aquello vuelve a mi memoria siento, quemándome la espalda como gotas de fuego, el sol norteño que se filtraba por entre el follaje del timbó.

Y, aunque no lo crean, mi conciencia de seminarista me remordía. No olvidemos que el protector de nuestra castidad era san Luis Gonzaga, al que nos ponían como ejemplo en el seminario. Pero, la verdad, el temor a un infierno hipotético, desaparecía cuando uno vivía permanentemente en el cielo. Y, como se imaginan, me enamoré perdida y desesperadamente. Me costaba dormirme, deseando que llegara la mañana y, por supuesto el medio día. Cada hora en la que no estaba cerca de ella, duraba una eternidad.

Ella debutaba como profesora. Yo, absolutamente virgen de toda experiencia, lo hacía como alumno. Siempre he dicho que soy un tipo con mucha suerte. A pesar del deslumbramiento, creo haber sido un alumno aventajado. La profe lo reconoció prodigándome caricias y ternura. Eso me marcó de por vida, y sirvió de escudo para, cuando ya de grande, y frente a una deprimente experiencia prostibularia, que no volví a repetir, recordara que eso no tenía nada que ver con la verdad.

Voy a llamar al Santi, mi consejero, para que me autorice a publicar o no esta experiencia. Si la hubiera escrito otro, me sonaría a una novelita barata de Corín Tellado.

Pero fue tal cual

martes, 5 de abril de 2011

aquí me pongo a cantarte 3

Como de costumbre, esta maldita se empacó y, como la entrada, (la poesía) era un poco larga, me dio a entender que no podía seguir, pues no se movió la página. De manera que procuraré economizar espacio, pues quiero contarles que ese poema increíblemente casi pude, si hubiera sido capaz, de escribirlo yo. Si me da el coraje a lo mejor un día se los cuento




CANCIÓN SECRETA

Le vi desnudar su cobre para jugar en el agua,
por los súbitos rumores pajareros de una rama.
Yo estaba solito y solo, sentado en una barranca
mirando el chisporroteo de un cardumen de mojarras
Y era una tarde de estío!...por el huerto de los talas
el aire rodaba dulce como miel de lechiguanas
su fina piel de guayabo, silo de soles andaba,
de las caricias del río al abrazo de la playa.

y era redondo el arrullo, caliente de las torcazas
y el churrinche prisionero de mis sienes, palpitaba!
Palpitaba... y ella abría, su risa como una jaula!
||

Se lo dije sin los ojos. Se lo dije...con palabras
que se iba llevando el río como frases deshojadas;
como pétalos mordidos, como migas de esperanzas.
Nos quisimos en la ardiente media luna de la playa;
me obsequió una flor de ceibo , pero la dejé olvidada....
Recorrimos el cariño desde el cobre hasta la plata,
y hasta el pago de los grillos por un trillo de chicharras!
Se me marchó con la luna, la luna vino a buscarla
por los senderos del monte con mucho miedo en la cara n No vimos de tarde en tarde, mientras campeaba sus vacas;
visitábamos el trébol, los maizales y las parvas.

Y una tarde nos cubrieron los hinojos, que levantan
sus sombrillas amarillas como niñas estiradas.
Y después.... fue en el invierno, una tarde fría y clara
me dijo sílabas tristes parecidas a las lágrimas
y yo ...cosas parecidas a pañuelos contestaba

Pero todo fue de balde, la suerte ya estaba echada,
y hubo que romper las horas,como se rompen las cartas...-
cuando me dijo el adiós, me desgajé sin palabras;
gritó el lucero angustiado, de verme solo en la playa,
y creo que fue esa noche, que yo encontré mi guitarra.










lunes, 21 de marzo de 2011

Aqí me pongo a cantarte 2.


CANCIÓN PARA MI RÍO



El río, rumbo que canta,
fue mi maestro primero;
junto a su espejo viajero
creció indígena mi planta;
él me puso en la garganta,
las voces elementales
cuando en tardes estivales
pasaba verde su canto,
como un torrente del llanto
vertido por los sauzales.

Azul de noches serenas
penas de cielos nublados
cantos, de cantos rodados,
rodando por sus arenas;
ternuras dichas apenas,
rebeldías desbordadas,
súbitas luces robadas
a los cielos invernales,
cual si templara puñales
en sus entrañas heladas

También yo templaba un rayo
con avaricia febril;
juntaba estrellas de Abril
para mis versos de Mayo
Miré pasar, de soslayo,
mis colores alboreros
buscando los verdaderos
acordes del sentimiento,
junto al relincho del viento
desflecado en los esteros.
Y ambicionaba el arrullo
milenario de mi río,
para hacer el viaje mío
con la música del suyo;
cierta noche en que un cocuyo
pitaba en su placidez,
alcé mi canto, y tal vez,
por orgullo o por halago,
me puso el cielo del pago
con estrellas a los pies.
Y crucé por su picada
milagrosa de reflejos,
y él me encendió cantos viejos
por la sangre iluminada;
limpia luna cincelada
por su peregrinación,
cuajó el primer medallón
de mi rastra, y ya en orilla,
me encendió a maravilla,
del lucero en el talón.!
Destino dulce, y amargo,
de rumoroso sendero;
salí armado caballero
del canto y el viaje largo;
he dejado sin embargo
tan honda raíz en él,
{que aún soy, sobre el tiempo, aquel}
{muchacho del mojarrero,}
{que hizo un sueño marinero}
{para un barco de papel....}



miércoles, 16 de marzo de 2011





aquí me pongo a cantarte
con una voz de otros tiempos
unos cantan por ser más
yo canto por no ser menos


Así decía Fernán Silva Valdés en unas canciones que, cuando integraba la B. Municipal tocábamos en las escuelas. Esto viene al caso porque felizmente me reencontré con Grillo nochero, un libro de poesías de Osiris Rodríguez Castillo, las que me llevaron de la mano a los tiempos de mi niñez y adolescencia temprana. Nunca fui capaz de expresar en forma escrita mis sentimientos. Por eso siempre admiré a los dichosos que podían hacerlo, aunque muchas veces lo lograran a expensas (imitación mediante) del romancero español. Quiero compartir con ustedes algunos de, (lo que le llama él) poemas terruñeros. Este primero es un poco largo, y, tal vez a ustedes les resulte más, porque no compartieron como yo lo hice, el embrujo del agua, distancias y silencios. Pero creo les va a gustar. (Ojo; si hay alguna similitud, y no me refiero a la poética sino a las vivencias infantiles del autor y el de este club de lectores, es pura coincidencia)


CANCION PARA LAS PUAS DE MIS ALAS


Monte, fogón, y abrazo de guitarra.
y este colmo de grillos del silencio
y este dialecto líquido que pasa
con resaca de estrellas junto al ceibo
Por el aire, ciudades de luciérnagas
y una hogaza de luna, entre los dedos
de los árboles altos,
deja rodar migajas hasta el suelo

Lo sauces de la costa,
descienden en silencio,
su lluvia vegetal, enamorada
de la luz circular en los reflejos.....
El monte es un remanso donde se queda el tiempo..
Y aquí, donde dejase mi alborada
perdida entre los sauces,
me reencuentro
Me conocí, vagando por la costa
con meses de chicharra y mojarrero,
cuando entre fogonazos de churrinches
brillaba plata viva en los espejos....
yo merendé color en los chalchales;
me hundía en una réplica del cielo,
cobre de sol maduro por afuera;
rojo de sol naciente pecho adentro.

Un antiguo coloquio de torcaces
me ablandó el arenal, para los sueños
y la oración de manos en la nuca
que me llevó a los pagos del secreto

supe ser un gurí bien de la raza;
pero dejé en los libros el dialecto,
y perdí el fresco aroma de las flores
con nombre guaraní, que fue mi griego...

Junté polvo de trillo en la memoria
siguiendo el rumbo horizontal del tiempo,
y amaba el alma pálida de Europa
como a un flor anémica de invierno...

Hoy he vuelto a mis lares;
al remanso donde se queda el tiempo.
Regresé jubiloso a donde estaba,
tantas lunas atrás con mi dialecto.

Ya estoy en mí, y ascenderé mañana
rojo de sol naciente, pecho adentro,
con la misma pasión que por el alba
se despierta clarín el teru tero!

Resurgiré con púas en las alas,
de este colmo de grillos del silencio
de este dialecto líquido que pasa
con resaca de estrellas junto al ceibo!!