Ya, en cierto modo, me conocen. Mi nene, el Santi, sin autorización,(atrevido como siempre,) publicó el relato de mis recuerdos. Como se habràn dado cuenta, no nací ayer. Con mi amigo del alma, Häberli, que se me fue hace poco, decíamos que con Benedetti e Idea Vilariño, somos de la sub 20. Por el año en que nacimos. Los espero.Tata

sábado, 23 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO DE LOS MOHICANOS

Los que leyeron mi presentación, habrán visto que de los compañeros de la sub 20, Carloncho, Carlos Häberli, el amigo del alma, se fue primero. Le llamo la sub20 a los que nacimos en 1920. Lo siguió Idea, y ahora también Mario. Lo que quiere decir que les está escribiendo el último de los mohicanos.

Galeano dice que a veces, uno quiere escribir y las palabras no vienen. Pienso que en mi caso, el problema es mucho mayor. De manera que no vienen casi nunca. Me alcanza con leer las actualizaciones y comentarios de ustedes, para darme cuenta que hay años luz de distancia entre vuestro dominio del lenguaje y el mío. Y no digo nada de la inventiva.

Yo apenas soy capaz de relatar hechos. Y, para que vean que no exagero, les voy a contar lo que fue mi formación académica.
En la escuelita de mi pueblo fui hasta quinto grado.




A los 10 años, marché al Seminario de Salto donde estuve un año y medio. En el primer curso, mucha historia sagrada, rudimentos de latín, algo de gramática, oraciones y letanías varias, ayudar a misa, etc. Lo bueno es que llegué en vacaciones y además de ir a pescar y bañarnos en el arroyo San Antonio, aprendí a jugar al truco y al mus. Eran jesuitas; un poco más mundanos.

Pero al año siguiente no aguanté más. Pedí para irme,(papá había muerto estando yo en el seminario) pero precisaban Ministros para el Señor y no me dejaron. Entonces me porté mal y me puse pendenciero, hasta que logré mi objetivo.

Vuelto al pueblo, al no estar papá, unos amigos de mi hermana me dieron hospedaje en su establecimiento de campo, donde se sembraban hectáreas de trigo, lino y maíz. Estaba ubicado, para mi disgusto, sobre la orilla del Río Uruguay donde desemboca el Itacumbú. Les llevaba, tempranito, en un petiso tordillo, a través del campo húmedo de rocío, , el desayuno a los tres hermanos, hijos de los colonos. En una lata de aceite de dos litros, café o mate cocido con leche y pan casero.



Y llegó el momento de dejar el pueblo; solo estábamos Adela y yo. Mis otras hermanas, la tía Catalina y todos los primos, vivían en Montevideo. La crisis (en ese tiempo también las había) estaba en su máximo esplendor. Entonces me colocaron en la Escuela al aire libre, en Ocho de Octubre entre Larrañaga y Propios. Ahora son L.A.de Herrera y B. y Ordóñez. Para que no haya resentimientos. Teníamos desayuno, almuerzo y merienda. Me pusieron en 5°, que era el grado más alto. En una oportunidad la maestra preguntó que era la gramática. Levanté la mano; y: la gramática se compone de prosodia, analogía, sintaxis y ortografía. Se quedaron estupefactos; maestra incluida. Mi ego creció no sé cuantos metros. La verdad, yo tampoco la tenía muy clara.




Y al año siguiente con mis 14 primaveras ingresé a “secundaria”, que era un boliche (bar) cuyos habitués, mis condiscípulos, eran proxenetas, putas pobres, y quinteros que llegaban con sus carros a tomarse la cañita mañanera, y a la vuelta, la vespertina. Por la mañana traían sus enormes carros de cuatro ruedas tirados por percherones formidables, y al retorno, llenos de abono vacuno que cargaban en los innumerables tambos del Montevideo de entonces. Me parece verlos, con sus camisas de franela a cuadros. El boliche se llamaba la Picada; estaba enclavado en el Puerto Rico; en ese entonces un barrio de prostíbulos baratos.





Con mis catorce años recién cumplidos, atendía de la noche a la mañana a las y los clientes. La mayoría de las muchachas eran muy buena gente. Me tomaron cariño, y se divertían haciéndome cosquillas en mis partes secretas. Bah, no tanto. Y, como dice Discepolín, ahí aprendí filosofía, dados, timba, (sabía más de caballos que los catedráticos. ) Y no te digo nada de los tangos cantados por el inigualable. En ese entonces la radio de moda era la Fénix; estaba prendida todo el día, y todo el día se escuchaba a Canaro, Gardel, Magaldi, y algún pasodoble. Eso desde las 8 de la mañana hasta la noche.

Me asombro, porque con mi memoria devota del señor alemán, todavía recuerdo íntegras las letras de un sinnúmero de tangos. Claro; los cantaba el mago. Y, aunque les parezca mentira, con mis 14 años, junté las mínimas propinas hasta tener para un boleto y la entrada, me fuí a Maroñas. y me dejaron entrar y jugar. Como decía don Verídico. no tiene goyete. Entré, ¿Se acuerdan? “Preparate p'al Domingo si querés cambiar de yeta; tengo una rumbiada papa que abonará gran sport.” Pobres de ustedes; ¡que se van a acordar de lo que no conocen!

Pero la primera carrera era de debutantes; así que los catedráticos estábamos fritos. Después del paseo preliminar le jugué por la pinta a Avance, un tordillo precioso. Pero le ganó un overo, Oro 18. Por suerte. Aunque no creo que me volviera adicto. No tengo alma de timbero. Como ven, mi formación era inobjetable. Especialmente la gramatical. Tuve otra experiencia, esa sí provechosa. El clandestino que levantaba juego en el boliche, un día me dijo: "botija; faltan diez guitas para completar diez mangos; vos ponés el número y yo la plata. Si sacamo vamo a media." Entonces me acerqué al contador de la luz. Terminaba la cifra en 82. Cualquier tipo normal hubiera elegido ese número. Están arreglados; he aquí mi idea brillante: 8 - 2 =6. 6 y 2, 62. juéguele al 62. Y salió a la cabeza- Quedé famoso. . Y con mi bagage ¿o bagaje? de conocimientos, pasé de grado. Pero eso es capítulo aparte-

viernes, 8 de mayo de 2009

Un FRIKI de los años 20.


Yo sé que el tema de la actualización se dilató demasiado en el tiempo; pero sucede que al tener, por circunstancias actuales, que dedicarme a labores propias de mi sexo, se me hace difícil escribir con asiduidad. Pero la lectura del blog de Andrea donde nos informa de la pérdida de su frikinidad, (no sé si el término es ese; no lo conocía) , y de sus experiencias primeras, (literarias quiero decir) me hizo recordar las mías. Que fueron para mí, un gurí de 7 u 8 años muy especiales. Cuando los chiquilines de mi edad leían cuentos de hadas y duendes, yo le leía a papá, (él era ciego) todas las noches antes de dormir, lo que era un ritual, obras de F. Dostoievsky, A.Dumas, V.Hugo, J. Verne, etc., que le prestaba un señor con plata que tenía una hermosa biblioteca. La única del pueblo.

Ya sé; estarán pensando: “¡Pobre; con razón quedó así!” Pero, por suerte un vecino sin plata, me prestaba una revista; el Titbis, que traía novelas y cuentos por entregas.


No se imaginan la ansiedad de la espera que se repetía cada semana. Eran, la mayoría, relatos de aventuras y hazañas increíbles. Así viví emocionado los actos heroicos de Río Kid, un vaquero del lejano Oeste, bueno, inteligente seguramente rubio de ojos claros, que era una luz para sacar el revólver y reventar a bandidos y, especialmente a indios sucios, malos, ladrones y asesinos capaces de robarse mujeres blancas de los campamentos.


No sabíamos si ellas se resistían o estaban locas de la vida.


Me emocioné también con la hazañas de los filibusteros del mar Caribe. Acá la cosa era distinta. Estos eran valientes ingleses que con patente de corso luchaban heroicamente contra los enemigos de la rubia (¿pérfida?) Albión. No sé quién fue, si Isabel o Victoria, (no estoy seguro, pero dicen que una de las dos nunca perdió la frikinidad,) quien confirió al delincuente W. Raleigh el título de sir.



La única revista infantil que llegaba al pueblo era el Billiken; ahí leí algún cuento de Quiroga y, por supuesto, fábulas de Esopo y la Fontaine.






¿Películas? ¡Ja! En el pleistoceno en el pueblo no había biógrafo. Cuando excepcionalmente pasaban alguna "vista" en el salón de La Fomento, (era el salón de actos de la sociedad de fomento rural) para nosotros los pobres la entrada era prohibitiva.
Eso hasta los 10 años y en el ámbito de mi pueblo. Después, cuando llegué al Seminario con esos añitos recién cumplidos, la cosa en cierto modo cambió. Durante el almuerzo o la cena, la conversación estaba prohibida. El pan o la sal había que pedirlos en secreto. Mientras tanto, por turno, uno de nosotros leía en voz alta un libro. La mayoría de ellos edificantes. Pero, eran jesuitas, también un tanto réprobos. Así que en clase, aunque no lo crean, leíamos citas de Voltaire y otros condenados. Así que le tocó el turno a Don W. Scott con Ivanhoe.

A la hora del recreo éramos todos caballeros andantes. Pero nos asombraba que a un caballero templario, (defensor juramentado de la única religión verdadera) cuando se encontraba con Rebeca, judía ella, mientras Satanás se frotaba las manos, él sentía que le volaba la armadura; (ojo; estoy hablando de su atuendo defensivo) y perdía la compostura sin importarle la salvación de su alma.


Como el Tit-bits de mis tiempos, estos recuerdos serán también por entregas. Pero le digo a Ajo y Agua; ¿Te das cuenta que la caja de Pandora no era más que una cajita inofensiva comparada con el desastre que causó tu confesión?
Mirá las consecuencias; le trajiste a la memoria recuerdos emociones y sueños y le hiciste contar a un representante de la quinta edad cosas que tal vez solo a él le interesan.