Ya, en cierto modo, me conocen. Mi nene, el Santi, sin autorización,(atrevido como siempre,) publicó el relato de mis recuerdos. Como se habràn dado cuenta, no nací ayer. Con mi amigo del alma, Häberli, que se me fue hace poco, decíamos que con Benedetti e Idea Vilariño, somos de la sub 20. Por el año en que nacimos. Los espero.Tata

sábado, 19 de noviembre de 2011



Salimos con Liliana y una pareja amiga el Sábado 12 a las 8 de la madrugada por ruta 8. La conductora, jefe de la expedición y dueña del medio de transporte era la antes nombrada. La ruta, no por conocida resulta monótona; siempre hay cosas nuevas para ver y disfrutar. A la altura de Minas, el Santa Lucía chico, ya más adelante el Cebollatí y el Olimar. Lástim
a que como solo a los genios, en un país turístico como se supone es este, se les ha ocurrido construir la baranda de los puentes, no como se hacían, con columnas que dejaban ver las cintas de ríos y arroyos a quienes los recorrían, sino en forma de muro lo suficientemente alto como para ocultar esa hermosura.

En una estación de servicio de Ancap, a la altura de 33, paramos para cargar combustible y, en el minimercado de la estación, comprar algún refresco. De lo otro íbamos provistos. No se concibe ir a un paseo campestre sin practicar equitación. Y para hacerlo, es bueno tener siempre a mano un Caballito. Y si es Blanco, mucho mejor. Pero como de costumbre, genio y figura, olvidé mi sombrero en casa. Como el sol del norte no perdona, decidí comprar uno. Le pregunté a la cajera y me contestó que no tenían. Se ve que ante mi cara de desolación, ( o mi atractivo personal), me dijo: no se aflija; yo le consigo uno. Fue hacia adentro, y se me apareció con una gorra con el logo de Ancap. Cuando le pregunté el precio, --de ninguna manera , me contestó; es un regalo--. Y, dejando de lado las bromas tontas, confieso que me emocionó el ver que, a pesar de todo, todavía quedan seres humanos que valen la pena, y hacen honor a la especie. Después, ya en la cabaña donde nos hospedamos, encontré en la parte interior del gorro, el nombre de Mónica. Era de ella. Cuando volvimos, mientras se cargaba combustible para el regreso, entré al mini, y por suerte no estaba en la caja; le pregunté a la muchacha de turno, y me dijo que volvía en la tarde. De esa manera pude comprar unos bombones y dejárselos como agradecimiento.

Y seguimos andando. Tomamos la ruta que lleva a la quebrada; un camino secundario de balasto, sinuoso y nunca plano; siempre adornado por matas de margaritas que parecen explotar en amarillo.



El borde del camino está siempre pintado de ese color. A medida que avanzamos, ese camino se vuelve más quebrado; repechos y descensos con curvas a veces imprevistas, mientras a la distancia, el paisaje parece hecho para enloquecer a algún pintor de aquellos impresionistas. Contraste de verdes oscuros en los pinares, claros en los eucaliptos, y luminosos en la gramilla cubierta de rocío cuando la pinta el sol de la mañana, ya bastante alto sobre el horizonte. Y, a la distancia, como recostadas en ese horizonte, las cuchillas se desperezan llenas de esas cambiantes luces y sombras mañaneras.

Llegamos a destino, a ocupar el alojamiento, unas cabañas de paredes de madera y techo de totora, acorde con la aventura de revivir tiempos ya idos. Sin luz eléctrica, cada vez que iba al baño, recorría la pared cercana a la puerta en busca de la llave. La presencia del farol a gas, un avance frente al de mecha de mi niñez, hace que, que aunque no vivamos aferrados a los recuerdos, ellos no dejen de acompañarnos.

Y, en el entorno de nuestra cabaña, troncos de árboles, (eucaliptos) centenarios, que fueron cortados a una altura que los hace, con su diámetro de casi un metro, lugar de apoyo del termo para mientras se matea, charlar a gusto y paladar.

Liliana y los amigos arrancaron para la quebrada. Como no soy ya el de ayer, decidí descansar y juntar fuerzas para el día siguiente. Me senté en el patio, y recibí la visita de una pareja de chingolos, (el gorrioncito criollo), que evidentemente, al no ser agredidos, son mansitos. Vinieron a buscar comida; fui a traerla, pero al volver no estaban. Pero sí estaban golondrinas, que se paseaban volando bajito en bandadas azules, armando un escándalo de chirridos nada musicales, pero que les servía, para así, a su manera, cantarle a la vida. Y volvieron los chingolos. Ya con más confianza, aceptaron el pan que les puse, y se los llevaban, se ve que tienen a sus nenes. Estoy seguro que de quedarnos unos días, terminaban comiendo de mi mano.


Esa noche usamos la churrasquera de la cabaña para practicar el ritual del asado criollo, chorizos incluídos. Lo hizo Javier, el esposo de una colega y amiga de Liliana, con los que compartimos la aventura. Después, ver de nuevo el cielo poblarse de las estrellas que solo pueden verse en la soledad y ausencia de luz del campo, y que a los habitantes de la ciudad nos están negadas. Venus rutilando casi en el horizonte, y el cielo inmenso, donde no cabe una estrella más. Lo que no pude ver, fue la vía láctea; no se si no es visible en esta latitud. Y pensás como nuestros antepasados, deslumbrados por ese milagro, no se iban a inventar un Dios, (a nuestra imagen y semejanza, claro) capaz de crear todas esas maravillas. Y los árboles quietos, y el silencio que de pronto se acaba cuando un grillo nochero empieza a cantar y parece que es para toda la noche. Y, ahora sí, al día siguiente a la quebrada. Pero como me levanté cuando doña Aurora se desperezaba y el sol recién aparecía, me encontré con el eterno milagro de la mañana. ¿Recuerdan la canción de los Olimas?. “ no te apures mañanita, que el silencio está quietito, y en la punta de los pastos, está dormido el rocío” Este no estaba dormido. Pocas veces, (diría que nunca) he visto, y menos en primavera, un rocío como este. Me mojé hasta el apellido cuando fui a buscar unas flores del campo que en la noche aparecieron a poca distancia. Y, ahora sí, a la quebrada. Si bien las cabañas no están lejos, como después hay que meter pata, fuimos en el auto hasta el inicio de la pasarela. Liliana que estuvo hace un par de años, quedó encantada; antes había que bajar todo ese tramo a pie por entre pedregales. Es que sabían, los encargados del lugar, que iba a visitarlos un señor que ya cumplió cinco veces 18, y se compadecieron. Quedó preciosa. La pasarela, quiero decir Si bien es verdad que es empinada y el regreso se las trae, primero escalones y luego un repecho que ya te digo, no hay piedras de punta ni tierra suelta. Solo la madera amiga. Y, en lugar de pasamanos, una cuerda solidaria. Termina en una balconada que domina el panorama , donde se unen el arroyo Yerbal con la Cañada de los helechos, que corre por el túnel de vegetación que cubre el fondo de esa quebrada. Es realmente de una belleza impresionante. Y los cuervos. En realidad son buitres, parientes modestos del cóndor, con su pescuezo pelado. Planean por decenas; desde la balconada de la pasarela parecen casi al alcance de la mano. Sin embargo en las fotos no aparecen. Tal vez dada la velocidad con que lo hacen, con cámara común no sea posible tomarlos. Y, a la distancia, la cinta del Yerbal que como un sendero líquido entre colinas camina para encontrarse con la cañada, y sigue con ella por un túnel de helechos y vegetación únicos, que medra gracias al microclima, único en ese lugar, que creo no se da en otra parte del país. Tuve que conformarme con verlo a la distancia. Pero con un poco de imaginación, no solo lo ves sino también le agregás algo que quisieras ver. Y a hacer alpinismo en la pasarela para el regreso, y disfrutar, esta vez en sentido contrario, la gloria del paisaje. Espero que las fotos de Liliana hayan salido bien, para en algo, compartir con ustedes esa maravilla. Ahora, no es cuestión de ver la quebrada y después morir. Te tiene que dar tiempo para recordarla. Y hay tanto, que puede llevar mucho. Y, de vuelta al pago, pensando que, como siempre, las horas que tenemos para disfrutar de las cosas lindas tendrían que pasar más lentas.

13 comentarios:

yonky dijo...

Devuelta en mis pago Tata.Ese lugar es un sentimiento.Para uno ya ni las palabras lo abarcan.

salu

FLACA dijo...

Qué bueno que siempre vuelvas al blog y, además, que me lleves a pasear- Beso,Tata.

andal13 dijo...

¡A la pucha! Te animaste a ir a la Quebrada. Qué lugar precioso.

MARIA FELIZ dijo...

Precioso el texto, te debieran contratar como asesor en el ministerio de Turismo, y ni que hablar, como promotor de la actividad ecuestre.... digo, por lo del Caballito Blanco, La fotografa tambien tiene su mérito, Besitos

El Tata dijo...

Yonky; creo que no se han inventado las palabras que puedan abarcar ni describir los milagros. que no otra cosa son estas maravillas, a las que, por habituado que estés (yo me crié, por suerte en medio de un paisaje de distancias y silencios a la orilla oriental de nuestro (mi) río inolvidable. Así que te entiendo. Un abrazo.

El Tata dijo...

Flaca en este momento preciso en el que me disponía a contestar tu comentario, empieza a sonar en mi equipo del patio, rodeado por mis helechos, malvones, etc. etc. y la de la mañana (donde desarrollo la mayor parte de mis importantísimas actividades,) "la danza de los espíritus," de Gluck, que vos conocés muy bien. Lástima que se me rompió la cámara de video, y no pude filmar esa hermosura para entonces sí,llevarte a pasear. Un beso

El Tata dijo...

Andal; ¿que es eso de te animaste? Coraje todavía no me falta. Por otra parte, valió la pena, Y con creces.
Un abrazo

El Tata dijo...

Fe de erratas; Flaca; donde dice de la mañana, debe decir: la luz de la mañana

El Tata dijo...

Fe de erratas; Flaca; donde dice de la mañana, debe decir: la luz de la mañana

El Tata dijo...

María; en el M. de Turismo no creo que me aceptaran; pediría demasiadas cosas; y, con un caballito como el que mentás, soy capaz, como dice la payada, "mozo jinetazo ¡ahijuna! capaz de montar un potro, y sofrenarlo en la luna. Un baso

El Tata dijo...

María;¿viste?, me traicionó el subconciente; en lugar de un beso te mandé un baso, (con b larga porque llevan más

FLACA dijo...

Tata: ese patio tuyo lleno de helechos y malvones me tienta. Si además de todo tiene el brillo de la mañana y suena Gluck en la flauta, entonces caer ahí con un mate y compartir contigo una charla debe ser como llegar al paraíso. Un beso.

Fernando Terreno dijo...

Tata:
Veo con satisfacción que no le hacés asco a los caminos. Se ve que "la tropilla" suya es de aliento largo.
Me refiero a "Los Blancos del Tata" parafraseando a un militar de nuestra historia, en cuyo regimiento todos los pingos eran blancos: "Los blancos de Villegas".

Pasando a aspectos más prosaicos del viaje: ¿quién fabrica esos chorizos? ¿Gulliver?

Salut y salutti