Galeano dice que a veces, uno quiere escribir y las palabras no vienen. Pienso que en mi caso, el problema es mucho mayor. De manera que no vienen casi nunca. Me alcanza con leer las actualizaciones y comentarios de ustedes, para darme cuenta que hay años luz de distancia entre vuestro dominio del lenguaje y el mío. Y no digo nada de la inventiva.
Yo apenas soy capaz de relatar hechos. Y, para que vean que no exagero, les voy a contar lo que fue mi formación académica.
En la escuelita de mi pueblo fui hasta quinto grado.

Pero al año siguiente no aguanté más. Pedí para irme,(papá había muerto estando yo en el seminario) pero precisaban Ministros para el Señor y no me dejaron. Entonces me porté mal y me puse pendenciero, hasta que logré mi objetivo. 
Y llegó el momento de dejar el pueblo; solo estábamos Adela y yo. Mis otras hermanas, la tía Catalina y todos los primos, vivían en Montevideo. La crisis (en ese tiempo también las había) estaba en su máximo esplendor. Entonces me colocaron en la Escuela al aire libre, en Ocho de Octubre entre Larrañaga y Propios. Ahora son L.A.de Herrera y B. y Ordóñez. Para que no haya resentimientos. Teníamos desayuno, almuerzo y merienda. Me pusieron en 5°, que era el grado más alto. En una oportunidad la maestra preguntó que era la gramática. Levanté la mano; y: la gramática se compone de prosodia, analogía, sintaxis y ortografía. Se quedaron estupefactos; maestra incluida. Mi ego creció no sé cuantos metros. La verdad, yo tampoco la tenía muy clara.

Y al año siguiente con mis 14 primaveras ingresé a “secundaria”, que era un boliche (bar) cuyos habitués, mis condiscípulos, eran proxenetas, putas pobres, y quinteros que llegaban con sus carros a tomarse la cañita mañanera, y a la vuelta, la vespertina. Por la mañana traían sus enormes carros de cuatro ruedas tirados por percherones formidables, y al retorno, llenos de abono vacuno que cargaban en los innumerables tambos del Montevideo de entonces. Me parece verlos, con sus camisas de franela a cuadros. El boliche se llamaba la Picada; estaba enclavado en el Puerto Rico; en ese entonces un barrio de prostíbulos baratos.

Pero la primera carrera era de debutantes; así que los catedráticos estábamos fritos. Después del paseo preliminar le jugué por la pinta a Avance, un tordillo precioso. Pero le ganó un overo, Oro 18. Por suerte. Aunque no creo que me volviera adicto. No tengo alma de timbero. Como ven, mi formación era inobjetable. Especialmente la gramatical. Tuve otra experiencia, esa sí provechosa. El clandestino que levantaba juego en el boliche, un día me dijo: "botija; faltan diez guitas para completar diez mangos; vos ponés el número y yo la plata. Si sacamo vamo a media." Entonces me acerqué al contador de la luz. Terminaba la cifra en 82. Cualquier tipo normal hubiera elegido ese número. Están arreglados; he aquí mi idea brillante: 8 - 2 =6. 6 y 2, 62. juéguele al 62. Y salió a la cabeza- Quedé famoso. . Y con mi bagage ¿o bagaje? de conocimientos, pasé de grado. Pero eso es capítulo aparte- 
No sabíamos si ellas se resistían o estaban locas de la vida.
Acá la cosa era distinta. Estos eran valientes ingleses que con patente de corso luchaban heroicamente contra los enemigos de la rubia (¿pérfida?) Albión. No sé quién fue, si Isabel o Victoria, (no estoy seguro, pero dicen que una de las dos nunca perdió la frikinidad,) quien confirió al delincuente W. Raleigh el título de sir. 

A la hora del recreo éramos todos caballeros andantes. Pero nos asombraba que a un caballero templario, (defensor juramentado de la única religión verdadera) cuando se encontraba con Rebeca, judía ella, mientras Satanás se frotaba las manos, él sentía que le volaba la armadura; (ojo; estoy hablando de su atuendo defensivo) y perdía la compostura sin importarle la salvación de su alma.